Gonzalo Ramirez de la Torre, Director General de Lucidez.pe
El Comercio, 21 de octubre de 2016
Cuando hay corrupción, quienes más pierden en el largo plazo no son los corruptos. El perjuicio que la sola existencia de delincuentes inflige a las instituciones que los albergaron y a la gente que los habilitó para ejercer el cargo termina siendo más grave que cualquier condena o humillación sufrida por un individuo. Y ejemplos sobran.
Un caso como el Profumo Affair en Gran Bretaña en los años sesenta, por ejemplo. En este, se descubrió que el secretario de Estado para la Guerra, John Profumo, se había involucrado con una mujer vinculada a espías soviéticos. El resultado: el fin de 12 años de gobierno del Partido Conservador.
Está el Caso Nóos en España, que involucraba a la hija del rey Juan Carlos con una acusación de malversación de fondos. El escándalo resultó en una importante caída en la popularidad de la corona que luego llevaría a la abdicación del rey.
Con esto en mente, quienes presiden una institución tienen la responsabilidad de protegerla y esto implica, cuando de ellos depende, elegir a funcionarios intachables. La semana pasada en nuestro país, sin embargo, la seguidilla de escándalos alrededor de los ahora ex asesores del presidente Pedro Pablo Kuczynski sugiere que se estuvo fallando justo en este punto.
Y es que, a la hora de ungir a alguien con el óleo de un cargo en el gobierno, se tiene que procurar –especialmente cuando estos flanquearán tan de cerca al primer mandatario– que los elegidos susciten la menor cantidad de cuestionamientos. Porque, al final del día, la responsabilidad de los andares de los ungidos tendrá que asumirla el que los ungió. La situación, como demuestra Ipsos, ha resultado en una caída de 8% en la aprobación del jefe de Estado. ¿Y a quién le importa la aprobación de su ex consejero Carlos Moreno?
El presidente ha dicho que Moreno traicionó su confianza. Habría que ver si, desde un comienzo, dicha confianza tenía asidero. Como informó este Diario, Moreno ya había tenido cercanía con otras tiendas políticas antes de acercarse a PPK y si a esto se le suma la sentencia que recibió en el 2013 por negociación incompatible en agravio del Estado, Kuczynski debió preguntarse si lo que quería Moreno era servir al país o servirse del cargo para un ‘negociazo’.
Por otro lado, el caso del ex asesor Jorge Villacorta deja clarísimo el descuido a la hora de nombrar asesores. Como reveló Lucidez.pe, Villacorta asume el puesto en agosto del 2016 sin cumplir con los requisitos que el cargo exigía, como contar, cuando menos, con un título universitario. El ex asesor, según su hoja de vida, aún no ha terminado los estudios que comenzó en 1974. El 9 de setiembre, no obstante, los requisitos fueron cambiados, quizá, justamente para regularizar su situación. La irregularidad estaba ahí para que cualquiera la encontrara.
Así las cosas, sobra decir que este tipo de nombramientos perjudican a la institución presidencial y revelarían una desatención de parte del responsable de protegerla con mayor ahínco.
A Richard Nixon, en 1974, tras el Caso Watergate (que motiva el nombre del libro y película que titulan este artículo), no le quedó otro camino que hacer un mea culpa, reconocer el daño que su permanencia le hacía al concepto de la presidencia de Estados Unidos, y renunciar. El escándalo de Moreno está en un nivel muy distinto, pero PPK tiene que notar que la desidia como política de reclutamiento le hace daño a su investidura. No bastará con anunciar medidas más drásticas contra la corrupción, tendrá que pasar del dicho al hecho –como debió hacerlo desde el 28 de julio– y verificar de primera mano la pulcritud de todos los hombres del presidente.