Entrevista a Gianfranco Castagnola
Perú21, 23 de marzo del 2025
Carlos Cabanillas
Examina a una clase política pauperizada que representa a las actividades ilegales antes que a las demandas ciudadanas; a un Estado que sobrerregula a la gran empresa, pero no fiscaliza a las economías criminales; y a una élite polarizada que perdió el sentido común.
¿Cómo explicar una foto del momento?
Hay tres ámbitos moviéndose en distintas direcciones. Una economía que viene recuperándose, y es una recuperación extensiva. Buena parte, si no todas las actividades, están mejorando a un ritmo bajo de 3% o 4%, pero están mejorando. Una economía que muestra resiliencia, pese a todo. Luego, una degradación creciente del Estado con una incursión de la economía ilegal y de la corrupción que mellan su capacidad. Y, en tercer lugar, lo que contamina lo anterior, que es la pauperización de nuestra política, que vivimos desde hace cinco años y no termina de tocar fondo. Cuando la institucionalidad política no funciona, contamina el Estado, lo penetra y debilita, y repercute en la economía, que podría crecer mucho más. En esta degradación del Estado y pauperización de la política confluyen los principales problemas de hoy, como la inseguridad ciudadana. Eso resume la incompetencia de nuestra política y la degradación de un Estado incapaz de responder.
¿La crisis de representación y la degradación del Estado tienen como consecuencia la pauperización del sistema?
Sí. Nos podríamos remontar a Lava Jato. Lava Jato rompió todas las estructuras de la clase política y desapareció a todo el elenco estable de la política peruana de este siglo. Pero, en los últimos cinco años, la sociedad y la institucionalidad han sido sometidas a un estrés extremo. Primero, por una pandemia muy mal manejada que destrozó la economía y reveló las deficiencias del sistema de salud. Seguido por un gobierno de Pedro Castillo que quebró la confianza del país al hacernos ver algo que creíamos imposible: que una persona sin absolutamente ninguna capacidad para manejar el país, sin ninguna experiencia ni competencia, y encima corrupto, podía ser elegida presidente. No lo teníamos en el radar. Luego, los shocks externos de la guerra de Ucrania y Rusia, lo que debilitó las economías y generó inflación y altas tasas de interés. Y un gobierno extremadamente mediocre como el de Dina Boluarte. Le corresponde terminar su mandato, pero tiene apenas 4% de aprobación y una falta de pericia absoluta para gobernar.
Y, además, hay un Perú paralelo informal que crece.
Sí. Lo que ocurre, sobre todo en el gobierno de Castillo, es un empoderamiento de las economías ilegales e informales. La fragilidad institucional les permite penetrar en el Ejecutivo y Legislativo con suma facilidad. Tenemos una economía ilegal minera que ha crecido de manera desproporcionada y que tiene un poder muy relevante. Los transportistas informales también tienen su minibancada y presencia en el Ejecutivo, van logrando cosas que no deberían.
Y encima de todo viene el sicariato y la extorsión…
Y no estoy hablando ya de la extorsión y de las economías criminales. Solo de cómo las economías informales penetran el Estado y sacan prebendas. Si no lo frenamos, van a desplazar cada vez más a la economía legal. Dado el poder económico que tienen y el tipo de congresistas que tenemos, se han dado cuenta de que es muy fácil comprarlos. Para el Perú, el mayor riesgo de mediano y largo plazo es que la economía ilegal desplace a la economía formal. Hoy, las representaciones de la economía ilegal tienen mayor peso político en el Congreso que los gremios empresariales formales. Y eso es pésimo para el país.
“HEMOS PERDIDO EL SENTIDO COMÚN”
¿La minería formal no puede hacer lobby para sus proyectos?
Hay una asimetría en las armas con que uno juega. A la economía formal se le aplican estándares laborales, ambientales, tributarios y regulatorios de primer mundo. A los otros, ninguno. Y las ONG ambientalistas miran a un lado y se tapan los ojos. Sacar un proyecto toma diez años, desde que encuentras el yacimiento hasta la primera tonelada de mineral. Diez años con toda la permisología, si no más.
El doble estándar se replica. Si se caía el techo de un centro comercial pirata, el tipo se fuga y no hay a quién reclamar.
Ocurre en toda actividad productiva. Los taxis formales pasan revisión técnica, SOAT, multas, etcétera, pero los colectivos informales hacen lo que quieren y no pasa nada. Un escenario bien complejo y un momento crítico. Hemos denostado a la gran empresa. La han convertido en una mala palabra. Bueno, pues, la gran empresa genera el 57% del empleo formal. Paga el 78% de los tributos. Genera el 80% del PBI. Esa es la gran empresa. Y cumple los estándares ambientales, tributarios, regulatorios, laborales. La Sunat tiene oficinas instaladas dentro. Sunafil le cae todos los días. Ya quisiéramos atraer más grandes empresas. Pero la hemos denostado y le abrimos la cancha a la ilegalidad.
Pero los temas se retroalimentan. Al minero ilegal le conviene que la mina formal sea tan difícil.
Es correcto. Hoy se entra a política a hacer dinero. Hasta le mochan el sueldo a sus asesores. Ser gobernador regional o alcalde es ver cómo me hago rico. A eso se entra.
Hay una lógica extorsiva. El alcalde extorsiona a la bodega, el congresista extorsiona a su asesor, el Congreso extorsiona a la presidenta con censurar al ministro. Y es el mundo formal.
Absolutamente. En el resto del mundo los gobiernos locales compiten por atraer inversión privada. Acá son enemigos de la inversión. Hemos perdido el sentido común. Dos cosas hemos perdido en estos cinco años. Primero, la ilusión por el futuro. Pedro Castillo robó mucho, pero lo que más nos robó fue esta sensación de futuro que primó en el Perú. Entre el 93 y el 2019 los peruanos siempre pensábamos que el siguiente año iba a ser mejor. Con todas las deficiencias y problemas, había un sentido de futuro. Y estaba en las encuestas: la sensación de Perú progresando. Lo sentíamos en nuestras economías familiares, evidentemente unos más que otros. Esto se ha perdido. Y, cuando uno pierde la ilusión por el futuro, deja de creer en el Estado. “Yo estoy por mi cuenta, el Estado no me va a dar nada y yo tampoco le doy nada. No respeto las reglas de convivencia. Desconfío y me vuelvo cínico. Me importa un rábano lo que pasa. ¿Quién va a ser presidente del Perú en 2026? No me importa porque va a ser lo mismo”. Tenemos que revertir esa pérdida de ilusión. Y la segunda cosa que hemos perdido, más a nivel de élites y políticos, es el sentido común. ¿Cuál es la agenda del país? ¿Cuáles son los problemas del Perú? Estamos discutiendo las cirugías de la presidenta. Es ridículo y absurdo. Y nos desgastamos en eso. Hay una agenda que no abordamos. El Estado colapsado, el fallido proceso regional, las falencias desnudadas por la pandemia… ¿Qué están haciendo para que no pase lo mismo que en 2020? Absolutamente nada.
¿Cómo se ve el horizonte del 2026?
Si en periodos electorales normales nos ha costado tener capacidad de predicción, hoy es imposible. Hay un voto un poco más pragmático en Lima y parte del norte. Hay otro voto más identitario, de la sierra y el sur. Ojalá haya alguien que responda a los dos con algún tipo de solución. Yo me contentaría no con un presidente inspiracional que vaya a revolucionar y cambiar el Perú. Ya estoy viejo para soñar con eso. Yo solo quiero un presidente normal que respete la democracia, el Estado de derecho y la economía de mercado. Que nombre buenos ministros, tenga una agenda y sea honesto, sobre todo. Que ponga sensatez y sentido común a las políticas públicas, que nos ayude a recuperar la ilusión por el futuro. ¿Podemos tener, ojalá, ese presidente normalito? El otro riesgo es el Congreso. Ya vemos el daño que hace la agenda destructiva de las actividades ilegales. Nos jugamos mucho en las siguientes elecciones. La inversión privada se está recuperando. Entre 2023 y 2024 se han entregado en concesión compromisos de inversión en APP por US$7,000 millones. Hay todavía confianza en la economía peruana. Pero, si en 2026 volvemos a votar como en 2021, el panorama es bastante oscuro.
Es probable que se repita. La derecha sigue fragmentada.
Definitivamente. Absolutamente toda la izquierda se aupó al gobierno de Castillo, gobierno absolutamente incompetente con un nivel de corrupción masivo. Finalmente, acabó en un golpe de Estado. Y esa izquierda hoy día finge demencia, se aleja de lo que eligió y quiere cambiar la narrativa como que no fueron parte, cuando fueron absolutamente parte del desastre del gobierno de Castillo. Es increíble. Ojalá la gente tenga memoria.
Pero la izquierda le está ganando la calle a la derecha.
La derecha adolece de liderazgos. El Perú adolece de liderazgos. La derecha no tiene hoy día nadie que articule razonablemente un discurso que proponga soluciones a los reales problemas del país.

“Los políticos no están sintonizando con lo que quiere la gente”
La polarización también afecta el sentido común. No importan la eficiencia del exministro del Interior, sino si ataca a caviares o la DBA.
Absolutamente. Hoy día, más que la idea o la propuesta, importa quién la dice. Si la dice un extremo y estoy al otro, la voy a vapulear con o sin razón. Yo tengo una inmensa distancia con el alcalde de Lima. No apruebo su gestión y tengo mis reparos. Pero consigue la donación de los trenes de California que arreglarían el problema de 200,000 ciudadanos y deberíamos estar pensando cómo ponerlos en operación lo más pronto posible. Y te puedo poner ejemplos al revés. No hay debate de ideas ni de políticas públicas. Y en lo poco que hay hemos perdido el sentido común.
Los ilegales extorsionan informales. Sorprende que la derecha no marche con ese capitalismo popular. La izquierda sí está ahí.
Me da la impresión de que las fuerzas tradicionales políticas peruanas se han quedado en el debate ideológico. Se han quedado en esta polarización que me comentabas, y no están sintonizando con lo que quiere la gente. La gente, hoy día, quiere que les solucionen los problemas más inmediatos. Y el más inmediato es la inseguridad y sobre todo la extorsión, una extorsión que golpea sobre todo a los sectores populares, a los pequeños negocios. Hay una falta de sintonía absoluta entre lo que la población demanda y lo que la clase política tradicional está ofertando. Hay una brecha ahí difícil de entender, porque eso es lo que la gente quiere que le solucionen ya. Y es terrible porque en un país donde tenemos los niveles de informalidad que tenemos, donde la gente gana su remuneración día a día, es esa gente la que está sufriendo la extorsión. La extorsión es un robo. Y la respuesta del Estado es el servicio policial obligatorio. Eso es ridículo. No se sostiene. ¿Esa es la respuesta del Estado a la extorsión? ¿Así vamos a combatir lo que requiere no fuerza, sino inteligencia? Madre mía.