Germán Serkovic González
Para Lampadia
Desde hace un buen tiempo, somos testigos de una tergiversación de los hechos, de un replanteamiento de la historia y hasta de la creación imaginativa de sucesos, con el ánimo de conseguir una finalidad que conviene a un sector determinado del espectro político; las izquierdas. Son las famosas narrativas.
Es necesario decir que una “narrativa” es del todo irrelevante, si no es acogida por los medios. Son ellos los que, con su repetición constante, le otorgan cierta credibilidad entre los menos enterados. Es la actualización del famoso “miente, miente, que algo queda”.
Incluso el derecho no ha sido un campo de acción ajeno a la aparición de estas medias verdades. La Comisión de la Verdad y la Reconciliación, en alusión a ese episodio negro de nuestra historia reciente que fue la violencia homicida iniciada por el marxismo radical, hablaba de Conflicto Armado Interno. En sí mismo, el término no es equivocado, lo usaron instituciones internacionales de indiscutible prestigio, pero en nuestra realidad, tenía un cierto tufillo a eufemismo. Conflicto Armado Interno parece un concepto usado para aparentar una cierta imparcialidad, pero en su esencia pretende ocultar un hecho concreto y evitar el uso de los términos más exactos y acordes con la realidad que vivimos, lo que sufrimos fue violencia terrorista, que nos causó miles de muertos y miles de millones de soles en pérdidas. Y así hay que decirlo.
El penoso manejo de la crisis de salud como consecuencia de la epidemia del Covid, nos plantea otros ejemplos de cómo los sucesos fueron adaptados para enaltecer la figura del presidente de turno, exaltando virtudes que nunca tuvo. Así, con cierta náusea se leía en los editoriales de importantes diarios que Vizcarra era un “líder hecho para la crisis” o, en el colmo de lo rastrero, que era el “Churchill peruano”. Los hechos no tardaron en mostrar que el antes aplaudido -falsamente- estaba muy lejos de lo que pretendían hacernos creer. Hoy el vacunado en secreto afronta serias investigaciones.
A la vacancia de Vizcarra, sus defensores no cesaron en la creación de “narrativas” para sostener al defenestrado. Se idealizó la figura de los muertos en las protestas -que avivaron casi todos los medios de prensa- y hasta se denunció en medios nacionales e internacionales la desaparición de decenas de personas, presumiblemente a manos de las fuerzas del orden, en una suerte de “terrorismo de Estado” que es el argumento que siempre usan los que excusan a Sendero y al MRTA. Por supuesto, las desapariciones jamás existieron más que en la interesada y febril mente de los que divulgaron tal falsedad. En este último caso, la narrativa de la izquierda no modificaba un hecho; creaba una situación del todo irreal.
Probablemente, la narrativa más elaborada fue la que pretendió convertir a un maestro rural de escasas luces, Pedro Castillo, en un campesino humilde y rondero honesto. A poco de su gobierno quedó claro que la corrupción era su interés primordial, no el pueblo que tanto mencionaba.
No quedó ahí el asunto, luego del pretendido golpe de Castillo motivado por las declaraciones cada vez más comprometedoras de sus cómplices, la izquierda se las arregló para expresar que Castillo era una víctima de los “grupos de poder” que no perdonaban que un “poblador originario” y un sacrosanto agricultor ostente el cargo de presidente. En tal relato delirante, incluso participaron mandatarios de otros países como los de Colombia y México. Para elucubrar relatos falaces y adulterar la verdad adecuándola a sus finalidades, la izquierda tiene habilidades que haríamos muy mal en minimizar, e influencias nada desdeñables.
El relato ficticio es también conocido como “posverdad” y así figura en algunos artículos. El vocablo alude a cuanto los datos comprobables por la evidencia, pierden importancia en función a los intereses y a las emociones que suscitan. Hay dudas sobre si el uso del término es el correcto, no lo creemos, la sola mención a la verdad puede generar la idea de que se está ante un suceso cierto y -por tanto- creíble, situación que -en la generalidad de los casos- no se presenta.
Finalizando, hay que tener algo muy en claro; una narrativa falsa no es más que una vulgar mentira, y los que la propagan son, en consecuencia, vulgares mentirosos. Lampadia