Germán Serkovic González
Para Lampadia
A las seis y treinta minutos de la mañana del día 17 de abril del año 2019, el expresidente Alan García se disparó en la cabeza. Pocas horas después, se confirmó su fallecimiento.
En la extensa carrera política de Alan García, abundaron los claro oscuros, propios de todo personaje público, pero más notables en él puesto que detentó el cargo de presidente en dos ocasiones, en muy diferentes circunstancias y con resultados radicalmente distintos.
En su primer gobierno (1985–1990), probablemente tan desastroso como el septenato del dictador Velasco o la administración filosenderista de Castillo, cometió todos los errores económicos que el socialismo aún plantea y que las bancadas de izquierda aplaudieron a rabiar, pese a que han fracasado en todo momento y en todo lugar donde se han pretendido ejecutar dejando miseria y descontento; estatizaciones, control de precios, dólar manipulado artificialmente, estabilidad laboral absoluta, etc. Fue el gobierno de las carencias de productos básicos y el millón por ciento de inflación. Su tiempo más oscuro.
Años después, la historia le dio otra oportunidad y la aprovechó adecuadamente. Su segundo mandato (2006–2011) fue un ejemplo de control fiscal y políticas realistas, en base -hay que decirlo- a un orden normativo moderno que facilitó el crecimiento y la disminución de la pobreza a un ritmo nunca antes visto, esto es, básicamente a la Constitución de 1993 y las leyes dictadas en los noventas. Fueron los tiempos en que los especialistas mundiales en temas económicos hablaban del “milagro peruano”. Su desempeño más brillante.
Posteriormente, tentaría la presidencia nuevamente sin mayor suerte.
Como consecuencia del escándalo de corrupción generado por Odebrecht y otras empresas brasileras, se iniciaron investigaciones contra García. No es propósito de estas líneas elucubrar sobre su responsabilidad penal ni evaluar su accionar político, tampoco revisar los aspectos éticos de acabar con la propia vida, menos -por supuesto- otorgar la más mínima credibilidad a esa tontera que algunos propalan respecto a que el suicidio de García fue una pantomima y éste se encuentra aún vivo y oculto. Lo que se busca es relatar los singulares acontecimientos que rodearon sus últimos momentos, sucesos que aún no han sido debidamente clarificados. El relato histórico se toma su tiempo.
Ante el acoso de dos fiscales tremendamente adeptos a los reflectores y los flashes, pero que hasta el momento han mostrado muy escasos resultados y esconden un acuerdo de impunidad con las empresas corruptas, de ciertos policías -a uno de los cuales actualmente se quiere glorificar como defensor de la democracia- que olvidaron el respeto a la ley por la conveniencia personal y de sus superiores- de una prensa que abdicó de su función de búsqueda de la verdad para pasar a ser la turiferaria vergonzante del gobernante y del propio Vizcarra -sorprendentemente aún libre- que hambriento de poder deseaba neutralizar por todos los medios a los que consideraba sus enemigos políticos -el fujimorismo y el aprismo- en lo que coincidía con la izquierda de cafetín o caviar; García dejó muy claro a su círculo más cercano -y a veces no tan cercano- que el preferiría el suicidio a participar de un tinglado circense en el que se pretendía mancillar su nombre y hacer caer sobre él un baldón imborrable. Obviamente el gobierno conocía perfectamente de tal decisión. De hecho, el ex mandatario portaba un revólver y ya había tenido un inconveniente con el arma, en el que resultó levemente herido, en la embajada de Uruguay cuando solicitaba un asilo que le fue denegado.
El aciago 17 de abril, la policía irrumpe en el domicilio de García y le comunica el mandato de detención preliminar. García sube a su dormitorio, los agentes extrañamente no lo siguen hasta minutos después. Ocurre una detonación. Del proceso en cuestión existe un video tomado por la propia policía con muy mala resolución y -muy extrañamente- sin audio. Se dice que desde palacio de gobierno se seguía al detalle la operación. Curiosamente la prensa adicta al régimen estaba en la puerta registrando lo que pensaban sería una detención que terminaría con García enmarrocado y vencido. No resultó así. El ex presidente se había suicidado y dejado una carta en la que se lee: «Por eso le dejo a mis hijos la dignidad de mis decisiones; a mis compañeros, una señal de orgullo. Y mi cadáver como una muestra de mi desprecio hacia mis adversarios».
Pocos días después del intento de detención preliminar de Alan García, éste tenía una citación en una dependencia judicial. A los juzgados no se puede ingresar con armas, hay detectores en las puertas. Ese era el momento idóneo para proceder a su captura sin peligro alguno, pero se buscaba degradarlo en una suerte de opereta hecha pública en todos los medios genuflexos a Vizcarra.
¿Se pudo evitar el suicidio de García? Sin duda que se pudo, pero esa no es la pregunta relevante. La interrogante que nos interesa desentrañar es si realmente se quiso evitar tan terrible desenlace, y los indicios parecen derivarnos hacia la respuesta negativa.
Esa conjunción maligna de intereses; algunos malos policías, la prensa vendida, ciertos abogados que en su esfuerzo por inventar interpretaciones antojadizas a las leyes -la denegatoria fáctica de la confianza, es un claro ejemplo- las retuercen tanto que las hacen irreconocibles y los fiscales ideologizados, está -como células metastásicas de un cáncer agresivo- retornando, ya la izquierda caviar cuenta de nuevo con el control del Ministerio Público gracias a que la Junta Nacional de Justicia -cuya conformación contó muy probablemente con el beneplácito cómplice de Vizcarra- suspendió en un tiempo récord y sin escuchar a la Fiscal de la Nación. Lamentablemente, el Congreso -o su presidente y el partido que lo apoya, para ser más concretos- no está a la altura de las circunstancias. Estamos advertidos. Lampadia