Germán Serkovic González
Para Lampadia
Hace un buen tiempo conversaba con un compañero de la universidad sobre las posiciones políticas, y tras una larga discusión expresó que para él ser de izquierda es un asunto de moral. Justo cuando le preguntaba en que basaba su afirmación, se excusó para ir raudo a los servicios, así son las necesidades fisiológicas de urgentes…o de convenientes. Al margen de lo anecdótico del hecho, ya es bastante normal para el observador de las corrientes ideológicas ver que las izquierdas -las de verdad y las de salón- los autodenominados progresistas, los seguidores de las doctrinas woke, los políticamente correctos, los abortistas, los inclusivos y los defensores del multiculturalismo; expresan sus planteamientos siempre desde un pedestal de elevada moralidad, justifican su accionar en una ética a toda prueba, son los buenos, los que convierten cualquier pedido o capricho en un derecho humano, los empáticos. En fecha bastante reciente, fuimos testigos de una manifestación cien por ciento nacional, autóctona, de la moralidad de las izquierdas y sus simpatizantes. Obviamente nos referimos a la aparición de los “dignos”, la última reserva moral del país, aquellos ciudadanos que, por no mancharse la mano, de acuerdo a su particular criterio, prefirieron votar por Castillo o simplemente no votar. Ahora pagamos las consecuencias desastrosas de su “dignidad”.
Pero lo que llama a la curiosidad es tratar de dilucidar qué argumentos usan las izquierdas para cobijarse en la moral y si esta apreciación tiene alguna justificación o es sencillamente una afirmación huérfana de contenido, como parece ser el caso.
Para la progresía, su acercamiento a los pobres, a los desposeídos, a los excluidos y a las minorías, solo puede tener origen en su intrínseca calidad de “buenos”. Los pobres son su gran preocupación y es lo que los hace humanos, frente a un capitalismo en esencia -según su punto de vista- inhumano. Pero una cosa son los deseos y otra, muy distinta, las consecuencias de la aplicación de su ideología.
La evidencia nos muestra lo equivocado de sus creencias. En los países donde los llamados progresistas han aplicado sus fórmulas, la pobreza no ha dejado de crecer, salvo en lo atinente a los líderes socialistas y sus familias, y esto ha sido así desde Stalin, hasta Maduro, pasando por Castro, Chávez, Kim Jong Un, Pol Pot, Ortega y demás. Un pueblo empobrecido y sin libertades, ante una casta dirigente escandalosamente rica…pero preocupada por los pobres, a los que multiplica y multiplica. En lo referente a las minorías, la ideología de género y los abortistas, la situación no ha sido muy distinta. La izquierda en el poder no ha reparado en gastar ingentes cantidades de dinero -que deberían dedicarse a la salud y la educación, justamente de los pobres- en dizque apoyar a estos grupos, incluso con la bobada del idioma inclusivo, del todes o todxs y de la invención antinatural de más de cien “géneros”. Se han creado innumerables comisiones, grupos, contratado a estudiosos y pagado centenas de asesorías y consultorías -dictadas por ellos mismos, claro está- con resultados pobrísimos. Es que los camaradas desconocen que no hay nada más inclusivo que el mercado.
Influye bastante, también, su idea de que ganar dinero es inmoral, casi obsceno. Hay que castigar al que tiene el desatino de ser exitoso -piensan- e idealizar la pobreza. Viene a la mente cierto incalificable exministro de economía de izquierda al que le “picaba el ojo y le hincaba el hígado”, ateniéndonos a sus propias palabras, cuando veía circular determinadas marcas de autos de lujo. No terminan de comprender nuestros amigos progres, que si hay profesionales destacados o empresas rentables es sencillamente porque los servicios que brindan o los productos que ofrecen, son apreciados por los ciudadanos que los ven mejores o más baratos que los de la competencia, y por eso los solicitan o adquieren. El que se beneficia, en última instancia, es el consumidor.
Otra creencia muy enraizada entre los simpatizantes de izquierda es que ellos ostentan una singular supremacía moral porque luchan contra la corrupción. Y la corrupción es para ellos la economía de mercado que genera “desigualdades” y convive con la deshonestidad. Consideran -los muy inocentes- que el socialismo es honesto, impoluto, albo. Nada más errado y de nuevo se trata de una suposición que la realidad niega todos los días. Cualquier sistema que pretende controlar el mercado, limitar precios, prohibir importaciones y manejar tipos de cambio, sólo crea corruptelas. Del mismo modo, todo sistema que busca limitar la autonomía privada y restringir derechos como los de elección libre, propiedad, prensa y expresión del pensamiento, es inmoral en sí mismo. La supuesta lucha contra la corrupción de la izquierda es un timo bien pensado, pero un timo a fin de cuentas. Recuerde el lector a cierta reciente alcaldesa de Lima que con sus enchalinados acompañantes expresaba su afán de acabar con la corrupción en el municipio y repetía su eslogan de “manos limpias”. Gran cuento, no lucharon contra la corrupción… ellos eran la corrupción, como se demostraría luego.
En suma, el manido discurso de la superioridad moral de la izquierda es una farsa y sólo es un recurso para disimular su orfandad de argumentos y para descalificar de entrada a sus opositores. Yo soy moral, tú no, en consecuencia, mi opinión es válida, la tuya no y al no serla, hay que cancelarla, acallarla…ese es el centro de la cultura woke y la progresía.
Los que creemos en la importancia de las libertades y de la economía de mercado, debemos mostrar la hipocresía de los socialistas y no dejarnos amedrentar por su falsa moral. Ellos son que tienen que bajar la cabeza avergonzados del desastre que han ocasionado y de los millones de muertos que arrastran. ¿Existe algo más inmoral que eso?
Las izquierdas tienen muy poco o nada de bueno que mostrar, mucho menos nos pueden dar lecciones de moral. Los mal llamados progresistas no hay traído progreso ni generado prosperidad alguna, en ningún momento de la historia, salvo para ellos mismos. Lampadia