Germán Serkovic Gonzáles
Para Lampadia
Según una clásica definición, cuando existen elecciones y una real separación de poderes, nos encontramos ante una democracia; cuando en una sola mano se reúnen el poder ejecutivo y el poder legislativo, estamos frente a una dictadura y -finalmente- existe una tiranía, cuando además de los poderes ejecutivo y legislativo, se tiene el control total del poder judicial.
En el Perú y si nos atenemos al tenor literal de la definición anterior, en tiempos recientes fueron dictaduras las de Velasco que gobernó siete años sin el control de un Congreso y más recientemente también la administración Fujimori entre el autogolpe del cinco de abril del 92, fecha en que cerró las cámaras de senadores y de diputados y hasta que entró en funciones el Congreso Constituyente -en enero del 93- resultado de las correspondientes elecciones. También fue una dictadura el gobierno de Vizcarra -pese a un vergonzoso fallo del Tribunal Constitucional y a una execrable campaña de los medios en su apoyo- desde el momento en que cerró el congreso en base a una ridícula “denegatoria fáctica de la confianza”.
Con el transcurrir del tiempo, los alcances de la definición que señala las características de las dictaduras y las tiranías, se han venido difuminando en buena cuenta porque los que no creen en la democracia han ideado inteligentes y a veces muy sutiles modelos -que dejan de serlo y se convierten en groseras dictaduras cuando tienen el monopolio de la fuerza y usan todos los métodos represivos a su alcance- de gobierno que en los textos parecen corresponder al resultado de elecciones libres y al respeto de la separación de poderes, pero que en un análisis más exhaustivo de la realidad responden a una caricatura de democracia. En esta línea de pensamiento, son democracias de opereta, por ejemplo, los gobiernos de Rusia que sin pudor alguno pretende envenenar a sus opositores y luego los ultima en la cárcel, o el socialista de Nicaragua donde el dictador Ortega simplemente apresa o expulsa del país a los líderes de la oposición quedando él como candidato único a las elecciones.
Ejemplo de texto es el actual gobierno de Maduro en Venezuela. Un parlamento maniatado y la continua inhabilitación de cualquier candidato contrario al régimen muestran la dictadura que se camufla bajo una cutícula de aparente democracia, y que no podría subsistir mucho tiempo sin la represión y el control del pueblo por la vía de los subsidios -en lo que sus aliados cubanos son grandes expertos- y el apoyo cómplice de otros gobiernos -que por supuesto hay que mencionar, México, Brasil y Colombia– que por alguna simpatía política de izquierda no se atreven a levantar la voz y se limitan al discurso ambiguo y a la tibieza de opinión. Hay que resaltar que en una actitud que los pinta de cuerpo entero y demuestra que no creen en la voluntad popular y las elecciones libres, situaciones que denominan “cojudeces democráticas”, muchos conspicuos representantes de nuestra variopinta izquierda han expresado sus simpatías por el dictador Maduro, o haciendo infinidad de malabares se resisten a condenarlo.
Un dictador -desde siempre- necesita del apoyo de las fuerzas armadas. Velasco sacó los tanques ese aciago tres de octubre del 68. Fujimori hizo lo mismo el 92. Vizcarra sólo uso las tanquetas de la policía, no necesitaba más, tenía el apoyo servil de la prensa que había lapidado a la oposición con el sambenito de corrupta y previamente -también- se había asegurado la persecución judicial de los mismos lideres de la oposición hasta lograr su encarcelación o su muerte. De paso, esa famosa foto que muestra en palacio de gobierno al sorprendentemente aún libre Vizcarra y a los mandos militares y policiales, mostrando su apoyo directo al cierre del Congreso, pasará a los anales de la infamia.
Retornando al tema, un gobierno dictatorial y generalmente también corrupto, requiere del apoyo del Congreso que es amenazado o comprado, de la colaboración de la prensa, muchas veces convenida y sedienta del avisaje estatal; pero si quiere mantener su careta de democracia y apoyarse en elecciones, necesita adicionalmente del control de los entes que cuentan los votos y resuelven las disputas electorales. ¿Suena conocido?
El dictador pese a todos sus controles y pese al clientelismo propio de ofrecer bonos, subsidios y ayudas para comprar votos, teme sobremanera perder una elección. Casi siempre eso le significa terminar en prisión en compañía de todos sus allegados. Cuando toman el poder no lo sueltan de buenas a primeras.
Un conocedor del tema, decía en referencia a Venezuela, que es un gobierno donde el pueblo vota…pero no elije. Aprendamos la lección, ojo con quienes dirigen los organismos electorales. Lampadia