En el mundo de los negocios, el “riesgo moral” (‘moral hazard’) no alude a la posibilidad de que lo ampayen a uno mirando calatas en la oficina. Ojalá fuera solo eso. La expresión se usa en realidad para designar algunos incentivos muy perversos que se pueden generar entre los agentes económicos.
Si un banco está a punto de quebrar por estar mal manejado y el Estado lo salva con plata de los impuestos, la lección que deja en el mercado es que no importa si eres bueno o malo evaluando créditos, porque al final el Gobierno te sacará del hoyo. Si los choferes de transporte público acumulan miles de papeletas y luego con un plantón consiguen un borrón y cuenta nueva, no importa si manejan bien o mal la combi, a la hora de los loros no tendrán mayor castigo.
¿Cuánto riesgo moral puede suscitar el Estado cuando corre al rescate de sectores o actividades económicas que buscan “socializar” sus pérdidas? La pregunta me resulta inevitable al leer las noticias sobre los cafetaleros de la selva central que reclaman y exigen que el Gobierno los ayude y compense por la plaga de la roya amarilla.
Por una parte, es cierto que en el Perú el café es clave como producto alternativo a la coca y, por ello, lo políticamente correcto es alentar cualquier actividad económica que ayude a la erradicación de esta, incluso con subsidios. Es casi un tema de seguridad nacional, se dice.
Por otro lado, sin embargo, no es fácil procesar la idea de que todos los peruanos que pagamos impuestos debamos destinarlos a compensar las pérdidas de un sector económico en particular.
Todos los negocios tienen riesgos. Los productores de espárragos tuvieron años de malos precios. Los pesqueros están a merced de las temperaturas del agua. Los bancos están plagados de riesgos operativos. Los comerciantes enfrentan los riesgos de malas campañas. Nadie se salva. La idea de un negocio sin riesgos es una quimera.
Si el riesgo de la roya amarilla es relevante, quizá los cafetaleros tengan que buscar otros cultivos o mejorar los plantones que utilizan o hacer mejores fumigaciones. Si el problema es cíclico, quizá deban guardar algo de pan para mayo. Finalmente, tal vez exista la opción de tomar un seguro.
El riesgo moral de la ayuda estatal consiste precisamente en anular los incentivos para que se genere este tipo de iniciativas. Si al final la cuenta la paga el Estado, no tiene mucho sentido buscar alternativas técnicas o generar un mercado de seguros para mitigar las adversidades.
Cuando esta ayuda es reiterada, lo que se crea en la práctica es un derecho para los reclamantes. Los agentes económicos no solo se acomodan a la idea de concentrar sus beneficios cuando ganan bien y a repartir sus pérdidas cuando les va mal. También sienten que el Estado está obligado a ayudarlos con la plata de todos los peruanos.
¿De dónde sacan la idea los cafetaleros de que bloqueando carreteras conseguirán lo que quieren? Fácil: de los incentivos perversos que generaron las intervenciones anteriores y que se van a perpetuar con nuevos subsidios. Ese es el riesgo moral que es inherente a los salvavidas que ofrece el Estado. Gracias a ellos tendremos café de nuevo, seguramente, pero será un café cada vez más caro y amargo.
Publicado por El Comercio, 23 de agosto del 2013