Por Franco Giuffra
(El Comercio, 04 de Junio de 2015)
Se trata de algo sistemático. Conforme los ministros anuncian la suscripción de tratados comerciales, la burocracia de menor rango multiplica las barreras para frenar el intercambio internacional de bienes y servicios. Es una esquizofrenia total: pelear para que las exportaciones peruanas accedan a más mercados y poner obstáculos para que las exportaciones de otros países no entren al Perú.
Ahora está sobre la mesa la discusión sobre el etiquetado de eficiencia energética que en adelante deberá aplicarse a diversos electrodomésticos. Los focos, fluorescentes, lavadoras, secadoras y refrigeradoras, entre otros artefactos y equipos, tendrán que llevar una etiqueta indicando su consumo de energía y otros parámetros de información. Para que los consumidores podamos comparar y elegir los más eficientes, se supone.
La iniciativa forma parte de una tendencia mundial. Por todos lados los gobiernos obligan a fabricantes y comerciantes a divulgar, con métodos y formatos específicos, el consumo energético de carros, aparatos, viajes y casas. Incluso los privados que quieren alquilar su departamento en otros países están obligados a indicar cuánto cuesta calentarlo durante el invierno.
Sabe Dios si estas regulaciones sirven realmente para algo. Lo cierto es que existen en todo el mundo como parte del esfuerzo por combatir el cambio climático. Y en el Perú, la Dirección de Eficiencia Energética del Ministerio de Energía y Minas (Minem) ha publicado, para recibir comentarios, los primeros reglamentos técnicos para su aplicación entre nosotros, incluidos el tamaño, colores, contenido, diagramación y tipo de letra de la bendita etiqueta.
Son aburridísimos, pero hay que leerlos. Las normas técnicas, en general, suelen ser los viveros donde crecen las formas más sutiles y mortales de burocracia y mercantilismo empresarial. Allí se multiplican las fantasías controlistas de los funcionarios y se siembran los “cazabobos” que limitarán después la competencia.
Tal parece ser el caso de estos reglamentos que están a punto de alterar el jugoso mercado de electrodomésticos y que traerán más burocracia y menos competidores. El asunto más crítico es que en todos se prohíbe la nacionalización de los electrodomésticos que no tengan la etiqueta de eficiencia energética. Es una jugada clásica del mercantilismo. Establecer las prohibiciones no al momento de la comercialización sino en el punto de importación. Esto ayuda a las grandes marcas, que pueden negociar con sus casas matrices el cumplimiento de estos requisitos, pero saca del mercado a las importadoras de menor tamaño, que no pueden exigir lo mismo a su proveedor.
Solo por este tremendo detalle, fuera de lo enredado de todo el proceso de acreditación y validación de información, estos reglamentos deberían ser observados por el Ministerio de Economía y Finanzas, sin cuya firma estas normas no pueden ver la luz.
Si el Minem quiere ayudar a aplacar los efectos del cambio climático, que lo haga sin sacar del mercado a los pequeños y medianos importadores. Es decir, que les permita nacionalizar su mercadería sin imponerles requisitos al momento de pasar por Aduanas. Así se hace en otros países también. En tal caso, la obligación de exhibir la etiqueta de eficiencia energética se impone al momento de la comercialización.
Son minucias, dirá usted, amable lector. Pero es precisamente en esos pliegues donde se esconde el demonio que mata al emprendimiento. Los mercantilistas lo saben bien, por eso no se plantan árboles para enfriar la Tierra, sino abogados y expertos en las comisiones técnicas que redactan estas cosas aburridas pero letales.