Por Francisco Tudela
El Comercio, 19 de diciembre de 2021
“Llamó la atención la sumisa y silenciosa actitud del presidente Castillo frente al anuncio del Runasur por Evo Morales, así como su muda resignación ante el liderazgo ajeno”.
El Perú ha tenido tres triunfos contra las injerencias internacionales del socialismo del siglo XXI en las últimas dos semanas. Estos constituyen el mejor homenaje que la sociedad civil y el Congreso de la República han podido rendir al bicentenario de nuestra independencia nacional.
El mes se inició con el intento claramente antinacional del expresidente de Bolivia Evo Morales para realizar una cumbre de un ente llamado Runasur, cuya finalidad, decía Morales, era “la reconstitución de la América plurinacional de nuestros ancestros”, además de ser “anticapitalista, antiimperialista y anticolonialista”, planteamiento de fuerte tinte marxista leninista, el cual, además y como si fuera poco, impugnaba frontalmente al Estado nacional peruano, tal como existe y ha existido siempre en todas nuestras constituciones.
Morales había escogido la que fuera la capital del imperio de los Incas, el Cusco, para capitalizar los sentimientos políticos conflictivos que pudieran existir en el mundo andino para lanzar su experimento político entre nosotros. La reacción pública de excancilleres, funcionarios diplomáticos, oficiales retirados de las FF.AA., congresistas de la República y sectores de la sociedad civil, derrotó la audaz aventura de Evo Morales, quién por lo demás ya había sido declarado “persona no grata” por nuestro Congreso.
Lo que llamó la atención fue la sumisa y silenciosa actitud del presidente Pedro Castillo frente al anuncio del Runasur por Evo Morales, así como su muda resignación ante el liderazgo ajeno. Pareció que el presidente del Perú estaba dispuesto a dejarle el Cusco al boliviano, para que este último explotara el gran mito nacional del Tahuantinsuyo, del imperio de los Incas, cosa que, en el peor de los casos, no le corresponde a un político extranjero.
El segundo acontecimiento, menos peligroso, pero que muestra complicidades foráneas importantes, se dio a raíz de la presentación por la congresista Patricia Chirinos, en el pleno del Congreso del 25 de noviembre, de una moción de vacancia presidencial por incapacidad moral contra el presidente Castillo. Días después, el 2 de diciembre, la presidenta del Congreso de la República, María del Carmen Alva, realizó una visita al Congreso de los Diputados y al Senado español. Al día siguiente, el 3 de diciembre, cuatro diputados de Unidas Podemos, el partido de la extrema izquierda chavista española, presentaron en Madrid una “Proposición no de Ley relativa a la defensa de la voluntad popular y la institucionalidad democrática en el Perú”, esto es, una pretensiosa moción sobre nuestra democracia, como si fuese asunto de su competencia.
Era imposible no sospechar que semejante engendro respondía a coordinaciones entre neocomunistas peruanos y el partido del chavista Pablo Iglesias en España, para levantar oposición a la propuesta de Patricia Chirinos, pues la moción de vacancia se votaría en el pleno del Congreso peruano el 8 de diciembre, cinco días después de la proposición de los extremistas españoles. Además, los autores de esa minoritaria proposición afirmaron sin pruebas que la presidenta del Congreso intentaba desestabilizar el gobierno del presidente Pedro Castillo en conversaciones con sus pares españoles, cosa falsa, pues los mismos podemitas admitían a la prensa que no habían estado presentes en las supuestas conversaciones que denunciaban.
La moción de vacancia del presidente Castillo fue rechazada por el pleno del Congreso por 46 votos a favor y 76 en contra. Inmediatamente después vino el contraataque de la extrema izquierda con una moción de censura contra la presidenta del Congreso, María del Carmen Alva. Enterados de la intriga de los diputados españoles de Podemos, la moción fue abrumadoramente derrotada el 16 de diciembre por los congresistas peruanos, por 80 votos en contra, 20 a favor y 16 abstenciones de congresistas de Perú Libre, el partido de Gobierno. Estos últimos, requiriendo pruebas para justificar un voto adverso, descubrieron que estas no existían. Ellos no estaban en la conjura.
El tercer acto de injerencia fracasado lo llevó a cabo el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), al declarar el 16 de diciembre que apoyaba a su colega peruano Pedro Castillo frente a un “intento de derrocamiento”. Curiosamente, el mandatario mexicano decía eso el mismo día que se votaba la moción de censura contra María del Carmen Alva y ya habiéndose Castillo librado de la moción de vacancia en su contra ocho días antes. López Obrador confesaría a la prensa que el presidente del Perú, Pedro Castillo, le había pedido su apoyo al día siguiente, el 9 de diciembre, “ante el intento de destitución”, agregando Castillo, según AMLO, que los pitucos “me querían quitar el sombrero”. Aquí la derrota vino por los propios temores del presidente Castillo, quien, posiblemente, creía que la censura a María del Carmen Alva tendría éxito.