Por: Fernando Rospigliosi
Expreso, 14 de agosto del 2023
El asesinato del candidato presidencial ecuatoriano Fernando Villavicencio revela que la delincuencia y el crimen organizado en el país vecino están fuera de control. Hace poco, el 23 de julio, fue asesinado a tiros el alcalde del puerto de Manta y una joven futbolista que conversaba con él. El 12 de abril, delincuentes asesinaron a 9 pescadores en Esmeraldas, en una lucha de bandas por el control territorial. Desde 2020 han muerto unos 450 presos en las cárceles producto del enfrentamiento de bandas.
Hasta hace un tiempo, Ecuador era un país relativamente tranquilo. Actualmente su tasa de homicidios ha aumentado a más de 25 por cien mil habitantes, mayor que la de Brasil en 2022 de 21 por cien mil habitantes (disminuyó sensiblemente durante el gobierno de Jair Bolsonaro que la recibió en 27.5).
En suma, en este campo la situación de Ecuador se ha deteriorado velozmente, como consecuencia de la penetración del narcotráfico, que utiliza sus puertos para embarcar cocaína (el 13 de julio incautaron en Róterdam, Holanda, ocho toneladas de cocaína procedentes de Ecuador); la presencia de bandas de avezados delincuentes extranjeros, sobre todo, colombianos y venezolanos; la llegada al poder del gobierno socialista de Rafael Correa (2007-2017) que favoreció el incremento de la delincuencia; y la debilidad de los gobiernos que lo sucedieron, que no han sido capaces de enfrentar con energía y firmeza a los criminales.
No solo es Ecuador. Toda la región está amenazada. Chile, país que se caracterizaba por los bajos niveles delictivos y fortaleza de sus instituciones, se está desbarrancando después de las asonadas de 2019 y la llegada de un gobierno izquierdista el año pasado. Su tasa de homicidios ha aumentado de 4.5 en 2018 a 6.7 por cien mil habitantes en 2022.
En Perú, como cualquiera puede darse cuenta, estamos transitando por el mismo camino. La presencia de cárteles de la droga –el Perú es el segundo productor mundial de cocaína-; la llegada de decenas de miles de delincuentes extranjeros, sobre todo venezolanos y colombianos; las sucesivas crisis políticas de los últimos años; la ineptitud y desinterés de los gobernantes, constituyen una catastrófica mezcla que nos está llevando a una crisis de seguridad descomunal.
Bandas como el ‘Tren de Aragua’ son responsables del incremento exponencial de la violencia y están controlando ya delitos como la extorsión. (Ver los resúmenes que he hecho del libro de la periodista venezolana Ronna Rísquez, “El Tren de Aragua”, en Lampadia 10/8/23 y El Reporte 13/8/23).
A estas alturas, se requieren métodos enérgicos y duros, como los que ha utilizado en El Salvador el presidente Nayib Bukele, que entendió que en su país no se pueden usar guantes de seda y procedimientos suizos para combatir a una delincuencia masiva y muy violenta, que somete por el terror a la población.
Si el Gobierno no entiende eso, seguiremos cayendo por el abismo del horror. Y las soluciones radicales se harán más urgentes.