Fernando Cillóniz, Gobernador regional de Ica
El Comercio, 22 de marzo de 2016
Para la costa desértica de nuestro país, el agua per se es una bendición. Sin embargo, en exceso, puede generar muchos problemas, como inundaciones, huaicos, roturas de puentes, etc.
Ahora bien, el término ‘exceso’ es relativo. Para una región desértica, una lluvia o avenida de agua inesperada puede devenir en un desastre. En cambio, para una región ubicada en una zona lluviosa –como es el caso de nuestros pueblos amazónicos– las lluvias torrenciales constituyen eventos rutinarios, que no causan ningún estrago a la población. De lo que se trata es de estar siempre preparados para afrontar con seguridad y eficiencia fenómenos como El Niño, que suelen traer mucha agua para nuestra costa.
El espacio de intervención preventiva debe ser la cuenca hidrográfica en su integridad; no la ciudad, puente o inmueble que se pretende proteger. Es decir, todo el territorio que drena sus aguas al mar a través de un único río.
A ese respecto, lo ideal es contar con la mayor capacidad de regulación posible en las partes altas de las cuencas (nuestros reservorios). Así, cuando se presentan lluvias o avenidas extraordinarias, se puede contener dichas aguas –o parte de ellas– y evitar daños en las partes bajas.
Los huaicos que suelen presentarse en las quebradas ubicadas en las partes medias de las cuencas deben prevenirse con bosques, diques de contención o andenes. Lamentablemente, los peruanos hemos sido muy irresponsables al deforestar gran parte de nuestra cordillera. Y, peor aún, al abandonar –y por ende, destruir– la prodigiosa andenería que nos legaron nuestros antepasados prehispánicos.
En las partes bajas, donde se abren los fértiles valles costeros, la prevención consiste en la descolmatación de todos los cauces y en el reforzamiento de los puntos críticos por donde los ríos pueden desbordarse.
La idea es dispersar el agua a lo largo de todos los cauces por donde el agua pueda discurrir sin hacer daño. Efectivamente, en los momentos críticos del fenómeno de El Niño, el agua debe estar dispersa a lo largo de todos los ríos, canales, acequias, ductos y parcelas disponibles. Inclusive, se deben identificar zonas inundables que permitan sacar la mayor cantidad de agua de los ríos y así salvar a las ciudades de inundaciones.
Ciertamente, las acciones de prevención tienen mucho que ver con el manejo de la emergencia. Aparte de los sistemas de alerta y preparación de la población para acciones de salvataje, se puede fomentar el uso del agua superficial a través del otorgamiento de “tomas libres” durante los momentos críticos, y exigir el levantamiento de compuertas para sacar agua de los ríos, cuando las papas queman.
Pues bien, el accionar de todo el país para afrontar el presente fenómeno de El Niño ha sido ejemplar, empezando por el Gobierno Central. No voy a decir que hicimos todo lo que había que hacer, pero –sin duda– nunca nos habíamos preparado tan bien como en esta oportunidad para afrontar este Niño; el cual –valgan verdades– no tuvo la fuerza que se esperaba.
Dicho esto, habría que concluir que en la costa peruana el agua vale más que en cualquier otra región del mundo. Efectivamente, gracias al clima y el suelo de nuestra costa, la producción agrícola por litro de agua alcanza su máximo valor. Entonces, parafraseando al viejo Arquímedes –autor de la célebre expresión: “Dame un punto de apoyo y moveré el mundo”– en el caso de la costa peruana se podría decir: “Dame agua y alimentaré al mundo”.
En ese sentido, El Niño, cuando trae agua en abundancia, constituye una gran oportunidad para muchos peruanos en tanto –por supuesto– manejemos bien las avenidas. Lampadia