Por: Federico Salazar
El Comercio, 5 de abril de 2020
Las drásticas medidas de confinamiento social no se deben a la enfermedad del coronavirus. Se deben al estado calamitoso de nuestra salud pública.
No tenemos suficientes hospitales para muchos casos graves.
Las medidas de confinamiento buscan prolongar en el tiempo los contagios. Es algo así como pasar de un pago en cash a un pago a plazos de la epidemia.
Esta es la estrategia en todos los países. En el Perú nos jugamos un partido aparte.
A pesar de la reacción temprana del Gobierno, no se ha hecho un trabajo exhaustivo de cerco epidemiológico. Esta es la clave en la lucha contra toda epidemia.
El cerco epidemiológico es el rastreo de los posibles contactos de un contagiado o un sospechoso de haber sido contagiado. Se los identifica y se los confina.
El Perú falló desde el primer momento en esta tarea. El primer caso no fue detectado por las autoridades. Fue una persona sumamente responsable y alerta que insistió mucho para que le hicieran caso.
A pesar del mensaje a la nación del presidente Vizcarra, no se procedió a controles estrictos en el aeropuerto internacional Jorge Chávez. Fue una coladera.
Una semana después del mensaje todavía no se hacía control individual a pasajeros que habían pasado por España. Para entonces todavía hacían, y muy pocas, entrevistas aleatorias. Varios días después se entregaban, recién, volantes con recomendaciones.
El control epidemiológico continúa hasta hoy con serias deficiencias. Uno de los problemas es el número de pruebas.
En el Perú solo hacemos 600 pruebas diarias hasta el momento. No detectamos a todos y, por tanto, no cercamos todas las vías de propagación.
Chile es, en Latinoamérica, de los países que mejor han manejado la crisis. Para el 3 de abril tenían 3.737 infectados y 22 víctimas fatales. La tasa es de 0,5%, a esa fecha.
En el Perú, al 3 de abril, teníamos 1.594 contagiados y 61 personas fallecidas por esta causa. La tasa es de 3,8%.
De hecho, hay espejismo estadístico. Si tuviéramos más pruebas realizadas por día, quizá tendríamos una menor tasa de fallecidos. El número absoluto es, de todas formas, muy alto.
En el Perú no estábamos preparados con relación al número de kits de pruebas. Cuando el presidente anunció una compra importante, el gobierno se enredó en su propio laberinto burocrático.
Ahora se anuncia que “están llegando” 85 mil juegos de pruebas moleculares. Se incluye en la lista donaciones de laboratorios que han esperado varias semanas la aceptación y formalización.
En Chile el control de la enfermedad se ha logrado por el seguimiento de los contagiados. En el vecino país hacen 3.000 pruebas al día.
No solo se trata del número de pruebas. En Chile, 49 laboratorios realizan los análisis. La clave es la detección temprana, no la detección tardía.
Para la siguiente etapa, Chile también está preparado. Tiene 1.200 respiradores operativos. Nosotros no sabemos cuántos tenemos, pero todo apunta a menos de 400.
No se ha estudiado el caso de la persona fallecida en su departamento de Miraflores. El paciente acudió al hospital y lo mandaron a su casa. El resultado llegó, dos días después, cuando ya estaba muerto.
Se anunció una investigación y, hasta ahora, no sabemos nada. El resultado es decisivo para la lucha contra la epidemia.
En los días que pasaron entre la aparición de los síntomas y los resultados (post mortem) pudo haber contactos. ¿Cómo se les hizo seguimiento?
Mientras no resuelva estas graves deficiencias, el Gobierno insistirá en el confinamiento. El problema es que con ello crea una crisis económica. No una cualquiera: la más grande que hayamos conocido en décadas.
Las ideas del Gobierno para la recuperación tampoco parecen muy preparadas. El presidente Vizcarra, por ejemplo, anuncia que “ha llegado el momento” de hacer una reforma al sistema previsional.
Una reforma previsional es algo serio. No puede surgir por la demanda popular de contar hoy con más liquidez.
El presidente no puede entrar a competir en populismo con el nuevo Congreso. El futuro de las jubilaciones y los fondos no vale la conquista de un aplauso.
Una epidemia no se combate con aplausos.
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