Por: Federico Prieto Celi, Académico y periodista
Perú21, 5 de octubre de 2018
Frente a la judicialización extrema y radical del indulto a Alberto Fujimori, el presidente Martín Vizcarra debe indultarlo de nuevo. El ex presidente Pedro Pablo Kuczynski ha recibido la noticia como una pérdida personal, porque considera que el indulto era lo que había que hacer. La apelación no debe darnos mucha esperanza, porque el magistrado habrá ya consultado a sus pares, que formarán el tribunal que verá la apelación, para que mantengan la misma postura. En política no podemos ser ingenuos (Alan García). El indulto a Fujimori es político, no jurídico. Vizcarra debe pedirle a su esposa el mejor de sus pantalones y ponérselo para zanjar un problema político nacional, al margen de las equivocadas sugerencias de su asesor argentino.
El presidente Luis Sánchez Cerro dijo a su ministro de Justicia, José Luis Bustamante y Rivero: doctorcito, doctorcito, déjese de las cojudeces del código. Bustamante había hecho el manifiesto del golpe de Estado contra el presidente Augusto B. Leguía. Todo jurista tiene su yaya. No podemos entretenernos en reglamentos y leguleyadas para alimentar el odio fratricida. Porque quienes alimentan la nueva presión de Fujimori no se mueven por amor al derecho, sino por rencor, envidia, odio, revancha, complejo de inferioridad, venganza y todos los otros vicios morales de la vida humana.
Un indulto es un indulto. Una gracia es una gracia. Una vez dado y ejecutado, es cosa juzgada. El pésimo antecedente de la declaración de nulidad del indulto a Enrique Crousillat no hace sino desprestigiar el Estado de derecho. Si Alan García se equivocó al darlo, debió pechar con su error, no tratar de limpiarlo dañando a una figura jurídica multisecular que existe porque cuando la justicia, que es imperfecta, necesita ser corregida, no cabe otra solución a que el jefe de Estado –rey o presidente, da lo mismo– dé un indulto. Era el caso.
Más allá de los índices de popularidad, señor presidente de la República, está el bien común del país, porque hay que evitar una guerra fría fratricida, en medio de una mediocridad de la clase política que al ciudadano de a pie, la verdad, cuando no le provoca indiferencia, le da miedo. ¿En qué manos estamos?, se pregunta. Pero frente a esa desesperanza está la élite, la clase dirigente, que se debe levantar para liderar a los pueblos y llevarlos a la paz. ¿O vamos a llegar al bicentenario de la República con este tótum revolútum?