Por Fausto Salinas Lovón, Cusco
La caída del Muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética a finales de los años 80, mostraron la inviabilidad del comunismo real y obligaron a la izquierda mundial a buscar disfraces para llegar al poder.
El Perú no ha sido la excepción. Tanto por la razón histórica mundial que hace insostenible propugnar la colectivización de todos los medios de producción y el partido único, como por el desborde popular electoral de 1990 que la alejó de los sectores populares, la izquierda peruana se ha visto obligada a disfrazarse.
En la segunda vuelta de 1990, luego de comprobar su encogimiento electoral, se camufló detrás de Fujimori (sin imaginar lo que venía) y bloqueó, con todas sus fuerzas, la reforma liberal propugnada por Vargas Llosa y el Fredemo. Se prestó en aquella ocasión el disfraz de quien buscaban abolir la “vieja clase política”. Poco tardó en ser víctima de su decisión.
En 1995, ante el éxito gubernativo de Fujimori, no tuvo más remedio que acomodarse detrás de Pérez de Cuéllar y encubrirse bajo el traje genuinamente democrático del Embajador, para rearmar fuerzas en el Congreso y contar con una estructura política mínima (UPP). Durante el gobierno de Paniagua, se apropió de dos trajes valiosos: el de la “democracia” y el de la “lucha contra la corrupción”. En el 2000 y el 2001 se acomodó detrás de Toledo para recibir algunas migajas de un poder central cada vez más distante.” Para el 2006 lució su disfraz más exitoso: “el antisistema”, detrás del comandante y su señora en dos elecciones nacionales, varias elecciones regionales y llegando al poder en el 2011.
En el plano social, durante estas dos décadas, siguiendo a pie juntillas los designios de sus mandantes internacionales, se apropió del disfraz ambiental y del discurso anti minero, oponiéndose a la inversión privada en el interior el país y generando, a partir de ello, bolsones electorales regionales que le han otorgado (bajo diferentes marcas, símbolos y personajes) una nada desdeñable presencia en la política del interior del país.
En el plano económico, en mucho por la miopía de nuestra derecha nada liberal y más bien mercantilista, se apropió del discurso antimonopolista y de la protección al consumidor, sin necesidad de creer en el mercado.
En el 2012, se quitó apenas pudo el disfraz nacionalista y, apuntando a las elecciones regionales y a las presidenciales de 2016, nos ha querido hacer consentir que “no tuvo nada que ver” en el desvarío izquierdista – nacionalista que encumbró en el poder al gobierno probablemente más incompetente de los últimos años (seguramente sólo superado por el primero de Alan García), que ha detenido el Perú del 2015 con un PBI del 2% y nos ha llevado al estancamiento de la inversión, a la corrupción pública a más alto nivel y a la inseguridad ciudadana más impune que recordemos en algunas décadas de existencia.
Como resulta obvio luego de este recuento, para las elecciones del 2016 busca nuevos disfraces. A diferencia del Fujimorismo, el Aprismo y la derecha que se presentan con sus caras más características (Keiko, Alan y PPK), está buscando un disfraz con el cual convencer a un tercio del electorado que no confía en las opciones disponibles.
Los modales democráticos del converso Yehude Simons no parecen ser un traje seductor para el electorado. Las banderas de Tierra y Libertad y su líder el ex cura Arana tampoco parecen un traje adecuado, luego de que se viera muy nítidamente el grado de corrupción que subyace detrás del chantaje social de la grita anti-minera. Por ello, no es de extrañar que el disfraz de la izquierda modelo 2015 sea la angelical apariencia de la congresista, propulsora de la Gran Transformación y amiga personal de Nadine Heredia: Verónika Mendoza Frisch. Como ya se dice, tiene lozanía, belleza euro andina, credenciales académicas de La Sorbona y, por supuesto, prudente y táctica distancia de la pareja presidencial desde el 2012. Lo que no habría que olvidar es que es sólo un disfraz para llegar hacia las mismas ideas política y económicamente dañinas de la vieja izquierda marxista leninista que la congresista Mendoza reclamo profundizar a su pareja amiga en el Congreso, calles, plazas y artículos periodísticos del Diario El Sol del Cuso, al poco tiempo de iniciado este gobierno.
Lo más genuino sería que la izquierda, como lo hicieron Henry Pease en 1990 y Alfonso Barrantes previamente en 1985, se presenten con sus propios trajes. Por ejemplo, con Susana Villarán cuyas virtudes para la gestión pública se han hecho públicas. Con Manuel Dammert Ego Aguirre, cuya añosa versatilidad le permite opinar sobre la construcción de penales (Caso Guvarte de los 80s), sobre el Plan de Gestión de Machupicchu (2005), sobre estrategias electorales y recientemente sobre hidrocarburos y exportación de gas. O quizás con líderes históricos como Hugo Blanco cuya apuesta por la movilización social y la acción del campo a la ciudad subsiste o como Alberto Moreno, que encarna mejor que nadie el pensamiento anti liberal en su condición de Presidente del Partido Comunista del Perú y en su último pronunciamiento político de este mes.
Sin embargo, aún cuando el camuflaje electoral es peligroso para nuestra democracia por no permitir una adecuada elección entre opciones políticas claras (hecho aún más grave dada la despistada característica de nuestros electores que eligen con más cuidado el tipo de pan que comen antes que el presidente que los gobierna), lo realmente peligroso para el país sería que, además del disfraz electoral detrás de alguna figura lozana y sin pasado que la condene, se produzca una metástasis electoral de izquierda donde los diferentes grupos, facciones o marcas de izquierda nacional y local infiltren el tejido político de las otras opciones electorales, como ya está sucediendo en algunas zonas del Sur del país.
La democracia requiere un juego limpio. La primera señal sería postular con el rostro descubierto y sin disfraces.