Hace algunos años animé a un grupo de amigos a llevar adelante unas tertulias semanales para estudiar el pensamiento político de Mario Vargas Llosa. La experiencia fue enriquecedora y afirmó nuestra admiración por la obra de este autor liberal, cuyas “mordaces imágenes de la resistencia, la revuelta y la derrota del individuo» le valieron el Premio Nobel 2010. Sin embargo, el año 2011, aquellos amigos a quienes había conducido en esta breve aventura intelectual de los jueves, no tardaron en expresarme su desilusión cuando el novelista, pese a su clara opinión en contra del nacionalismo, apoyó el proyecto nacionalista del Sr. Humala en su afán de cerrar el paso a los Fujimori. Desde entonces, Vargas Llosa ha dado muchas explicaciones de las razones de “principio” que lo acercan a la pareja presidencial actual, a la cual avala internacionalmente y respalda en el plano interno con allegados inamovibles en el gabinete ministerial.
Esta semana, nuestro admirado novelista ha publicado en su columna Piedra de Toque, un artículo titulado “Al Borde del Abismo”, en el cual describe de forma nítida la cruenta situación política de Venezuela y condena la inacción de los países latinoamericanos y de la OEA. Nadie podría estar en desacuerdo con este análisis. Los tres lustros de estupidez que agobian América Latina desde que Hugo Chávez asumió el poder en Venezuela y conspiró junto con los hermanos Castro para irradiar el germen del corrupto autoritarismo populista de izquierda en Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Argentina, Uruguay, Brasil y el Perú, son efectivamente eso y merecen toda nuestra condena.
Sin embargo, la moral política exige no solamente consistencia entre las posiciones teóricas, sino también entre la teoría y la praxis. Lo que se dice, debe ser también lo que se hace o se debe hacer.
En 1990, miles de jóvenes, entre ellos quien escribe esta nota, sentimos como propia la derrota de un movimiento político que dijo (sin camuflajes) lo que pensaba hacer en el Perú, en manos de una alternativa que dijo lo contrario, pero hizo lo mismo. A causa de ello, nunca entramos en la praxis política porque advertimos que la consistencia entre la teoría y la praxis es ajena a la política nacional. Guardamos empaquetada nuestra admiración por el candidato Vargas Llosa, que actuó con consistencia y sin contradicción y seguimos en espera de que en nuestro país, llegue el día en que en política de diga y haga lo mismo.
Por eso, cuando esta semana Mario Vargas Llosa se pregunta “¿Cuántos muertos más y cuantas cárceles repletas de presos políticos harán falta para que la OEA y los gobiernos democráticos de América Latina abandonen su silencio y actúen, exigiendo que el gobierno chavista renuncie a su política represora contra la libertad de expresión y a sus crímenes políticos..” no puedo ocultar mi desazón, ya que el gobierno que él avala y sostiene en el Perú, fue el primero en bendecir la elección ilegítima de Nicolás Maduro en Venezuela y no ha dudado, de la mano de una Cancillería sin convicciones democráticas y funcional a los intereses políticos de la pareja presidencial, en hacer todo lo necesario para no incomodar al régimen de Venezuela.
Si se piensa así, se debe actuar así. No basta pensar así, si se puede actuar de la misma forma. Se debe actuar.
No se pueden mantener a los allegados en el poder si estos no son capaces de reconducir la política exterior del Perú por un camino de moralidad democrática. No se puede decir lo que se tiene dicho y al mismo tiempo avalar un gobierno que hace lo que se critica. Hacerlo es mantener ese silencio cómplice que se condena y caer, una vez más, en una grave contradicción entre lo que se piensa (y escribe) y lo que se hace.
Es lamentable que la praxis política de Mario Vargas Llosa ya no esté al borde, sino que haya caído en el abismo de la contradicción.