Aunque nos parezca difícil de creer a los peruanos (quienes día a día vemos incrementarse el número de robos, asaltos y homicidios), en los países desarrollados el número de crímenes viene reduciéndose rápidamente. De acuerdo con la revista “The Economist”, el número de autos robados en Nueva York bajó de 147.000 en 1990 a menos de 10.000 en el 2012. En el Reino Unido, los robos a mano armada a bancos y similares se redujeron de 500 al año a menos de 70 en la actualidad; y el número de autos robados es hoy el 20% de lo que fue en 1997. En Francia, los delitos contra la propiedad se redujeron en 30% desde el 2001.
¿Qué puede explicar esta caída? ¿Será el aumento de presos en las cárceles? Puede ser. Desde 1993, el número de presos se duplicó en el Reino Unido, Australia y Estados Unidos. Sin embargo, en países como Canadá y Holanda el número de presos se ha reducido sin que ello haya revertido la tendencia hacia una menor criminalidad. ¿Será que la mayor parte de los crímenes son cometidos por jóvenes y que los países ricos están envejeciendo rápidamente? También puede ser un factor, pero las cifras indican que la criminalidad ha caído mucho más rápidamente que el número de jóvenes.
Por cierto, la atrevida teoría del autor de “Freakonomics”, Steven Levitt, de que la reducción en la criminalidad se debe a que la legalización del aborto generó que no nacieran muchos niños que más tarde se convertirían en criminales, no puede explicar por qué la criminalidad sigue reduciéndose 40 años después, ni por qué esta empieza a caer después en países donde el aborto fue legalizado antes que en Estados Unidos.
Lo único que parece explicar adecuadamente la reducción del crimen en los países desarrollados es la mejora de los procedimientos policiales, los cuales, más que poner delincuentes en las cárceles, han prevenido que muchos jóvenes se conviertan en uno. En Inglaterra, por ejemplo, el número de personas apresadas por primera vez cayó 44% entre el 2007 y 2012.
De acuerdo con la teoría económica del crimen, los criminales sopesan el valor del beneficio que les reporta su fechoría en relación con la pena que recibirían y con la probabilidad de ser atrapados. Si esta última es mínima, poco importará que la pena sea severa.
En los países desarrollados, el correcto uso de la tecnología (el mapeo de la criminalidad, las cámaras de vigilancia, el análisis de ADN) parece haber jugado un papel importante en el aumento de la probabilidad de que un criminal sea atrapado. En el Perú, en cambio, la policía no es capaz de adquirir un sistema de comunicaciones decente, sus técnicas forenses y de investigación distan mucho de ser modernas, y la inteligencia brilla por su ausencia. Su relación con la comunidad es tan mala que muchos ciudadanos tememos ser extorsionados cuando acudimos a una comisaría.
Lo que explica el incremento de la criminalidad en el Perú es la combinación de crecimiento económico (hay más dinero en las calles) con la bajísima probabilidad de que un delincuente sea atrapado.
Ello ha incrementado ostensiblemente la rentabilidad de cometer crímenes, y por extensión, la de la corrupción.
A menos que empecemos a atacar el problema identificando a los corruptos chiquitos y grandes, que abundan en la policía, el Poder Judicial y las cárceles, la situación solo podrá seguir empeorando; pues, como decía Napoleón, el crimen es tan infeccioso como la plaga.
Publicado por El Comercio, 1 de agosto del 2013