Durante el verano, la laboriosa hormiga se la pasó trabajando mientras la cigarra se la pasó cantando. Cuando llegó el invierno… bueno, ya saben cómo termina la fábula.
Pero les cuento una nueva versión. Un buen día, se apareció Jaime Delgado y le dijo a la hormiga que –por sugerencia suya– el Congreso había decidido que el 13% de lo que ella produjese se guardaría en un almacén y se le entregaría el día que se jubile.
La hormiguita se deprimió. Ella era un insecto previsor que siempre había ahorrado para el futuro (incluso pagaba un seguro de enfermedades e invalidez). ¡No necesitaba que el señor Delgado le dijese ahora qué hacer con su dinero! Más aún, cuando con un salario 13% menor ya no podría pagar la cuota de la hipoteca que le permitiría alcanzar el sueño de la casa propia. Tampoco tendría para darle una mejor educación a sus hijas (lo que al ?nal del día puede terminar siendo el mejor sistema previsional de cualquier padre). Y menos aún podría costearse una maestría que luego le facilitaría aumentar sus ingresos.
Incluso, a la hormiga le molestaba tener que guardar sus reservas en los almacenes de la ONP o de una AFP. Los primeros, ciertamente, estaban muy mal manejados. Y hace poco, en un país cercano, los segundos habían sido estatizados y le preocupaba que lo mismo sucediese algún día en su país (por ejemplo, si llegaba al poder alguien con un plan de gobierno similar al que originalmente tenía Gana Perú). Faltando tantos años para que le dejasen cobrar su pensión y pudiendo pasar muchas cosas en el camino, la hormiga hubiese preferido ahorrar en alguna forma que a ella le diese mayor seguridad (más aún cuando el señor Delgado se había pasado la vida diciendo que las AFP eran bien malosas y se aprovechaban de sus a?liados).
Claramente, luego del anuncio del congresista, los prospectos de vida del insecto se volvieron menos simpáticos.“Don Jaime, ¿por qué me hace esto?”, preguntó con tristeza la hormiguita. “Pues porque tú eres previsora, hijita –respondió el padre de la patria–, pero en el mundo también viven cigarras irresponsables y, si no obligamos a ahorrar a todos, las hormigas tendrían que cargar en su vejez con las cigarras”.
La hormiga, extrañada, respondió: “Si a una cigarra le da la gana de bailar y no trabajar ese es su problema, ¿por qué yo me tendría que perjudicar por su dejadez? ¡Eso va contra la moraleja de la fábula!”. “Bueno, hormiguita, no fastidies –dijo el congresista–, cuando se trata del Estado, las moralejas funcionan al revés”. En estos días muchos trabajadores independientes que empiezan a aportar forzosamente se han sentido como la hormiga (y así se sienten desde siempre los trabajadores dependientes).
¿Acaso el Estado sabe mejor que nosotros en qué gastar nuestro dinero? Y si bien es cierto que existe gente poco previsora, ¿no sería más justo un sistema donde los cautos asumamos con libertad los bene?cios de nuestra previsión y las cigarras las consecuencias de su irresponsabilidad (y que se ayude solo a quienes nunca tuvieron medios u oportunidad de ahorrar)?
En ?n, por lo menos hay una moraleja que podemos sacar de la nueva fábula: que cuando elegimos congresistas –como Jaime Delgado– que creen que su rol es suplantar nuestras decisiones, es esperable que el Estado nos trate como si todos fuéramos unas simples y ociosas cigarras.
Publicado por El Comercio, 29 de agosto del 2013