Enrique Krauze
El Comercio, 25 de enero del 2025
“Trump no cree en los valores cardinales de Estados Unidos; Trump cree en Trump”.
¿Qué sentirán, en sus inquietas tumbas, los padres fundadores? Ellos, que estudiaron minuciosamente a la república romana para prevenir la concentración de poder en una sola persona, estarán preguntándose qué detalle de su legado falló para que hoy su creación pudiera tomar el rumbo de su desdichada predecesora, destruida, tras 500 años de expansión, por un dictador.
Alguien preguntó a Benjamin Franklin: “¿seremos una monarquía o una república?”. Respondió: “Una república, si sabemos mantenerla”. Se ha mantenido por dos siglos y medio. ¿Se mantendrá ahora? Probablemente, pero no deja de ser inquietante la llegada a la Casa Blanca de un presidente que no disimula su talante autoritario ni su simpatía por varios dictadores. No falta quien lo vea como el líder realista, claro y firme que exigen estos tiempos confusos y riesgosos, el hombre que mantendrá puertas adentro y defenderá puertas afuera los valores de la república, la democracia, la ley y la libertad. Parece altamente improbable.
La figura del dictador es igualmente romana, con un sentido distinto al actual. La República le confería poderes absolutos por seis meses y solo para casos de peligro excepcional. El arbitrio funcionó en muchas ocasiones hasta que apareció el temible Sila. Militar aristócrata, vencedor de diversas guerras, perpetuó la dictadura, promovió que le dijeran “nuevo fundador de Roma”. El precedente quedó inscrito como una profecía: en el 44 a.C. César sería el dictador perpetuo, amado por el pueblo.
Comparar a Trump con César sería una blasfemia. Recuerda un poco a Sila. Es el defensor de los oligarcas que muchos electores ven como el caudillo del pueblo. Es el “nuevo fundador de EE.UU.”. El poder que detentará es inmenso. El Partido Republicano lo obedece casi ciegamente y controla ambas cámaras. Se ha mofado de las leyes y ha lanzado amenazas contra jueces, políticos y medios que le han sido adversos. Amnistiará a los golpistas que azuzó el 6 de enero del 2021. Trump no cree en los valores cardinales de Estados Unidos. Trump cree en Trump.
No es la primera vez que un caudillo populista aparece en la escena estadounidense. En el siglo XVIII se dio dos veces el fenómeno del “Great Awakening”, movimientos populares ligados a figuras mesiánicas. Ya sin esas tonalidades religiosas, sino como abanderados del pueblo frente a las élites, hubo al menos dos personajes carismáticos en el siglo XIX y principios del XX: Andrew Jackson (presidente de 1829 a 1837) y William J. Bryan, candidato que electrizaba a las masas con sus diatribas contra los barones de la Gilded Age. En el siglo XX, el péndulo del populismo osciló a la extrema derecha con dos candidatos presidenciales: el pronazi Charles Lindbergh (1940) y el gobernador racista de Alabama George Wallace (1968).
Medio siglo después, llegó el presidente. Ahora la película “The Apprentice” ha pasado de la pantalla a la realidad y su protagonista decreta a medio mundo: “Estás despedido”. Muchos lo ven como el líder del nuevo “Great Awakening”. También él se ve así. ¿Puede un personaje como él volverse un estadista? Difícilmente.
A veces la mejor escuela de la democracia es la dictadura. No será, pienso, el caso de Estados Unidos. Quizás figuras como Marco Rubio actúen como un contrapeso racional. La historia es destino. Resistirán la prensa, algunos medios y redes sociales. Existe la oposición, pero para ser competitiva deberá encontrar nuevos liderazgos, deslindarse del movimiento ‘woke’ y otros lastres ideológicos. Si lo hace, tal vez siga contando con la mitad del electorado que no votó por Trump. Y en dos años habrá elecciones legislativas en las que el péndulo suele girar.
En el 2026, Estados Unidos conmemorará el aniversario 250 de su independencia. Si reivindica a sus padres fundadores, la república estadounidense tendrá mejor suerte que la romana.