Entrevista a Enrique Krauze
El Comercio, 15 de abril del 2025
Enrique Planas
El ensayista mexicano, compañero de luchas de Vargas Llosa desde las trincheras de revistas “Vuelta” y luego “Letras Libres”, recuerda al desaparecido amigo y ataca la mezquindad contra el Nobel peruano que hoy aflora en las redes sociales.
Lo conoció en enero de 1979, en un chifa de Lima. Era la primera vez que probaba la comida peruana. En la mesa estaban también Fernando de Szyszlo y Jorge Edwards. Me pide imaginar qué gran momento fue. Desde entonces, para el historiador mexicano Enrique Krauze, Vargas Llosa fue una presencia entrañable y ejemplar. La llamada y la conversación necesaria en momentos de tristeza, desolación o duda. “Escuchar a Mario, su risa y su consejo inteligente, te permitía volver inmediatamente a la mesa de trabajo, con renovados ánimos”, recuerda.
Mario Vargas Llosa siempre acompañó de cerca el debate de ideas en México. Desde sus inicios escribió en la histórica “Plural” editada por Octavio Paz a inicios de los años setenta, y lo hizo con “Vuelta”, a mediados de esa década, en la que colaboró hasta su último número, en 1998. La revista lo acompañó en su campaña electoral, y fue en agosto de 1990, ya perdidas las elecciones, que Mario Vargas Llosa aculó la frase “la dictadura perfecta” para referirse al PRI. Y lo hizo durante un debate televisivo en el programa “Encuentro Vuelta”, organizado por la revista Vuelta y conducido por el mismo Paz en Ciudad de México. Para Enrique Krauze, esas palabras marcaron el principio del fin del poder absoluto del Partido Revolucionario Institucional. Luego, en 1998, al nacer la revista “Letras Libres”, Vargas Llosa se sumó a sus colaboradores. De hecho, su último cuento, “Los Vientos”, lo publicó en la revista que edita Krauze cada mes. Su próxima entrega, programada en junio, estará por entero dedicada al desaparecido Nobel peruano.

¿Cómo llega a México la onda sísmica de noticia de la muerte de Mario Vargas Llosa?
Tras la consternación, una aceptación universal de la gloria literaria de Mario Vargas Llosa. Debido a la mezquindad propia de nuestro tiempo, no falta en las redes sociales, aquí y allá, las famosas “salvedades”: gente que celebra al gran escritor, pero critica sus opiniones y sus actitudes políticas. Todo eso es banal y mezquino. Lo que queda es la gloria de Mario Vargas Llosa. Pienso que las mezquindades se van a olvidar. Lo que permanece es su obra gigantesca.
Mucha gente, cuando dice “nos quedamos con su obra”, de pronto quiere aprovechar su muerte para llamar la atención…
Cuando la gente dice “nos quedamos con la obra”, yo digo, es cierto, pero yo también me quedo con la persona. Ante todo, quiero decir que Mario era un hombre decente. Un caballero en la noble y antigua acepción del término. Nunca le oí una palabra suya con una actitud desaforada, una expresión irracional. Como su prosa, Mario era clásico, claro, preciso. Tenía un temperamento apasionado, pero siempre lo guiaba la razón, la búsqueda de la verdad. Sobre todo, Vargas Llosa fue valiente siempre, en cada estación de su vida. Eso es para mí lo más admirable. Aunque ya había escrito “El pez en el agua”, un día le pregunté cuál sería el título de su autobiografía. Y me dijo: “Vida en libertad”.
Usted como historiador puede tener una mirada que balancea las ficciones de Vargas Llosa con su obra de no ficción. ¿Qué destacaría en ellas?
He dicho y no es exageración que Vargas Llosa es un escritor de aliento comparable al de Tolstoi. De hecho, “La guerra del fin del mundo” y lo vincula al escritor ruso. Pero luego, “La fiesta del chivo” lo acerca más bien a otros grandes novelistas como Dostoyevski o como Conrad. Pero luego están sus novelas de tema amoroso, que lo acercan a Flaubert, autor que tanto admiró. Entonces, digamos que Mario Vargas comparte un lugar en ese Olimpo. Y no fue casual que la Academia Francesa lo invitara a ser miembro de ella, el único latinoamericano en acceder a ese gran honor.
¿Y cómo ensayista, qué libros le resultan claves?
Para mí, fue revelador un libro como “La utopía arcaica”. Fue una radiografía de temas dolorosos y complejísimos, como son las tensiones de identidad de nuestro continente y en particular en el Perú y en México. Y luego, una autobiografía valientísima, pues Mario tenía, a diferencia de otras glorias literarias, una columna vertebral moral absolutamente coherente y ejemplar. En el fondo, lo movía la indignación moral ante el mal y, en particular, ante el mal que proviene del poder. Su pasión por la libertad estaba ligado justamente a ese profundísimo resorte de indignación, de protesta, de resistencia, de defensa y de combate contra el poder injusto, opresivo. Pienso que una razón de ello está insinuada en El pez en el agua”: la relación con su padre, que tuvo esos rasgos tiránicos. Allí tienes mis destacadas en los terrenos de la ficción y de la no ficción. Pero además está el reportero extraordinario, el que a los 70 años se mete en Irak y al Medio Oriente, con la energía de un joven reportero hambriento de noticias, de explicación y de claridad. Además está el articulista que defendía la libertad a capa y espada, que creyó como tantos que la habíamos conquistado para siempre en los años 90, y desgraciadamente hoy está en vilo. No solo en nuestra América, sino en el propio Estados Unidos.

Usted ha dicho que había un soldado estoico en el alma de Vargas Llosa.
Así es. Ese soldado se manifestaba desde sus horarios y sus rutinas, hasta la disciplina con que escribía sus artículos. Había cierta continuidad marcial con su obra literaria. Lo sigo creyendo: Vargas Llosa era un soldado de la libertad.
En los últimos años MVLL se había retirado de la escritura. ¿Cómo se advierte el vacío que ya había dejado el escritor sin sus columnas en el debate semanal?
Claro que “Piedra de toque” nos hace falta. La suya es una mirada universal. No había tema que no tocara Mario. Toda su experiencia estaba puesta en esos artículos, con su prosa límpida, clarísima, su sabiduría y su columna vertebral ética intacta. Era mucho más que un referente. Era un faro. Ahora tenemos que navegar sin ese faro, recordando su obra y su ejemplo.
Mario Vargas Llosa, el miembro más joven de los escritores del “Boom” es el último en partir de aquella enorme generación. ¿La muerte de Vargas Llosa marca el fin de una era? ¡El fin de una forma de pensar, de ubicarse frente al mundo?
Espero que no. Porque hay escritores de todas las lenguas que comulgan con sus libros y sus conceptos, y que seguirán, a su manera y en su tiempo, por la senda que él abrió. Por otro lado, está claro que nunca habrá un Mario Vargas Llosa. Los escritores pueden acceder a la gloria por la calidad de su literatura. Pero él lo ha conseguido además por su altura moral. Vargas Llosa pertenecía a ese grupo superior de escritores que aunaban la gran literatura con la inmensa autoridad ética. Y eso no lo veo claro en el horizonte actual, más bien lo veo oscurísimo. Eso hace brillar aún más la figura de Mario, y eso provoca que nuestro dolor sea aún más hondo.