Por: Elmer Cuba, Socio de Macroconsult
Gestión, 13 de mayo de 2020
La idea central de la cuarentena era bajar la tasa de contagio (aplanar la curva) y, como no se puede para indefinidamente la economía, volver a operar más adelante con protocolos sanitarios que reduzcan dicha tasa hasta que se produzca la inmunidad del grupo, que llegaría antes que la vacuna. Es el único camino que queda.
Las tareas en Perú serían más duras que en otros países. Primero, la elevada informalidad del empleo dependiente y la fuerte presencia de los trabajadores independientes. Segundo, por el bajo grado de penetración del canal moderno (220%). La gran mayoría de familias compra en las ferias y mercados tradicionales y bodegas. Tercero, la alta frecuencia de compras en el año. En la región, Perú destaca con más de 200 días al año en ese tipo de compras, sea por la periodicidad en que recibe sus bajos ingresos y/o por la relativamente baja tenencia de refrigeradores en los hogares.
Ya estamos cerca al reinicio de las actividades económicas. Durante las pasadas ocho semanas, las autoridades han preparado una salida en cuatro fases. El criterio para la estrategia de salida debe tomar en cuenta el factor de contagio. Para reducirlo debajo de la unidad (donde ya estaría esta semana, gracias a la cuarentena), las empresas deberán bajar la probabilidad de contagio y el número de contactos por día. Las empresas que estén listas para comenzar a operar deben hacerlo.
No debe imperar un criterio sectorial o de tamaño. Ello implica escoger a priori ganadores y perdedores. ¿Por qué una empresa pequeña y moderna debe esperar, digamos hasta julio? Los diversos sectores económicos tienen intrínsecamente u a tasa promedio de contactos al día y probabilidades de contagio. Sin embargo, solo si son capaces de mejorar sus operaciones reduciendo ese factor deberían poder operar, a diferencia de sus pares, en cualquier sector o subsector.
Asimismo, reiniciar la economía por sectores y tamaños, no toma en cuenta los encadenamientos intersectoriales. Se crearían cuellos de botella en la cadena de suministros.
Además, una entrada tan pausada abona en el choque de oferta y demanda y no garantiza que los trabajadores de las empresas que están en la cola de entrada no salgan a las calles. Se tendrían en este caso los costos de la cuarentena y ninguno de sus beneficios.
Por su parte, el sector informal, por su propia naturaleza de existir al margen de las normas sectoriales, tributarias y laborales, saldrá operar y elevará la tasa de contagio, tan cuidada por sus pares formales.
Para las empresas informales no resulta efectiva una prohibición. Sus actividades siempre han estado prohibidas y han operado. En este caso, queda apelar a la economía del comportamiento para tacar los sesgos cognitivos que llevan a sus ofertantes y demandantes a no observar los protocolos sanitarios. Ello no pasa por cerrar mercados, que lleva a más aglomeración en aquellos que no son cerrados.