Por: Elmer Cuba, Socio – Macroconsult
Gestión, 15 de julio de 2020
En macroeconomía, se habla de la mezcla de políticas cuando la política monetaria y la fiscal persiguen dos objetivos que podrían estar contrapuestos en el corto plazo, como, por ejemplo, la inflación y el desempleo. O en economías abiertas, cuando se tiene que realizar un ajuste fiscal y una devaluación real para enfrentar un déficit externo desbocado y un desempleo abierto. Las políticas macroeconómicas pueden o no tener un conflicto de objetivos y contrarrestarse o potenciarse en alcanzar los mismos.
En el caso del COVID-19, se puede hacer un símil. Para minimizar los contagios, ganar tiempo reforzando los sistemas de salud y evitar muertes masivas, se diseña una cuarentena, que implicó una recesión asistida. La idea es salvar el mayor número de vidas posible y al mismo tiempo salvar el mayor número de empleos. ¿Se habría podido alcanzar los mismos resultados en salud y un menor número de desempleados? ¿Se hubiese podido tener la misma recesión económica con un menor número de fallecimientos?
Los instrumentos son las políticas de salud para contener el virus y las políticas macroeconómicas para contener una recesión profunda. Después vendrán las políticas de reactivación, más efectivas y menos onerosas mientras menos caiga la economía a consecuencia del amplio y largo confinamiento obligatorio.
Al margen del choque externo por el turismo y, en mucho menor medida, de los términos de intercambio, ¿al diseñar la recesión del confinamiento tal vez se nos fue la mano? Existen actividades con bajos índices de contagio -que incluso hubiesen bajado aún más con protocolos sanitarios- que podrían haber operado semanas antes de cada fase de reinicio de las mismas. Por otro lado, al no bajar más rápido el factor de contagio, en parte por la insuficiencia y lentitud de entrega de los bonos, los bajos controles iniciales en los mercados de abastos y la lentitud en las mejoras del sistema de emergencia sanitaria, se alargaba la recesión del sector formal y se acentuaba la caída del empleo y los ingresos fiscales.
El reinicio inteligente no parece haber sido la línea seguida por los ministerios de la Producción y de Trabajo. La cuarentena de las personas llegó a su fin en junio, pero la cuarentena de las empresas aún no. Las fases 3 y 4 del reinicio vienen algo atrasadas, por no hablar del transporte público.
En medio de la pandemia y desde lo más alto del Ejecutivo surgió la idea de gravar aún más al sector privado, como si no fuese este la principal víctima de la recesión del confinamiento. Empresas con pérdidas, endeudadas, otras en quiebra. Familias con menos ahorros, más deudas y con miembros desempleados.
Pero este conato empequeñece al lado de lo que vino desde el Congreso. El Ejecutivo en general ha observado estas normas. Pero hay una que sigue activa: la de afectar potencialmente a decenas de miles de ahorristas, de personas y pequeñas empresas que necesitan seguir teniendo acceso al financiamiento.
Esperemos que, con el reinicio de actividades económicas y la contención del virus, los políticos cesen su hostilidad ante la sana marcha de la economía, para que esta pueda volver a ser la máquina que redujo la pobreza en estas décadas.