Editorial El Mercurio de Chile
Jueves 12 de abril de 2018
Hay señales de cambios en la cultura empresarial para hacer converger los resultados del crecimiento económico con el bienestar de la sociedad y que la ciudadanía reconozca a sus impulsores como aliados que obran de buena fe en la tarea de alcanzar el desarrollo de Chile.
Las declaraciones y acciones emprendidas por el nuevo presidente de la Corporación de la Producción y del Comercio (CPC), Alfonso Swett, refuerzan lo que parece ser una tendencia de cambio en la orientación gremial del empresariado chileno. Desde la presidencia de Alfredo Moreno en la misma CPC, sumándose más tarde la de Bernardo Larraín en la Sofofa y la de Claudio Muñoz en Icare, el empresariado está dando fuertes señales de un intento por conectar más profundamente con la sociedad.
En lugar de centrarse casi exclusivamente en su actividad productiva y en los resultados de esta, en el último tiempo ha ido ganando cada vez más espacio la idea de conjugar esa mentalidad administradora con el ejercicio de un mayor compromiso con los fines que persigue la empresa para sí en el conjunto de la sociedad. Más allá de solo cumplir con la ley, aflora una disposición a que empresas y empresarios formen parte activa en la construcción de la sociedad.
Hay tras ello un diagnóstico que da cuenta de la percepción de que la actividad empresarial y los motivos que la animan no se autojustifican por sí solos y con meros indicadores económicos. Que hay una labor de persuasión y también de comprensión de las aprensiones de la sociedad. Que la idea de que hay que dejar tranquilos a los empresarios, en una especie de mundo paralelo, para que desarrollen su labor sin interferencias de la comunidad -generando empleo- no se aviene con la sociedad de hoy.
Asimismo, que la actividad gremial empresarial que se busca perfilar no se conforma con generar grandes acuerdos si estos se hacen entre cuatro paredes y sin la presencia de los actores relevantes.
La renovación casi generacional que ha ocurrido en la cúpula empresarial facilita probablemente esta mirada, aunque ella no es patrimonio de un grupo etario. Pero ese relevo generacional coincide con un compromiso personal de figuras de primera línea del mundo empresarial que ha asumido tareas gremiales, algo que en los últimos años se había visto debilitado. Ese fenómeno parece haber reforzado la convicción de ese mundo respecto a que su interlocución con la política debe hacerse a través de sus organizaciones gremiales. Esa preferencia por la vía institucional se puede haber visto favorecida por los traumáticos eventos detectados en materia de financiamiento irregular entre empresas y sectores políticos del más amplio espectro. Las vías directas que abrió esa práctica entre empresas y conglomerados con figuras de la actividad pública ya no cumple, entre otros, los estándares de transparencia que exige la sociedad chilena de sus dirigentes políticos y empresariales.
Se observan así señales de cambios en la cultura empresarial para hacer converger los resultados del crecimiento económico con el bienestar de la sociedad y que la ciudadanía reconozca a sus impulsores como aliados que obran de buena fe en la tarea de alcanzar el desarrollo de Chile.