Por Editorial El Comercio
(11 de agosto de 2015)
En 1921 el Perú celebraba el centenario de su independencia, Lima contaba con poco más de 200.000 habitantes y en todo el territorio nacional había apenas 5 millones de peruanos. Ese mismo año, en la pequeña localidad de Coracora, en Ayacucho, nacía José Matos Mar, cuya fructífera vida se extinguió hace solo unos días.
A finales de los años 20, Matos Mar llegó a Lima acompañando a sus padres y pudo conocer los contrastes entre el Perú rural y el urbano. Quizá por eso optó por dedicarse a la antropología. Así, tras graduarse en letras en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y realizar estudios en la Universidad de París, dedicó su vida a tratar de comprender mejor la sociedad en evolución en la que le había tocado vivir.
En 1946, a raíz de la invasión del cerro San Cosme, fue uno de los primeros en investigar las ‘barriadas’ limeñas: una materia que cambiaría el panorama social del país y señalaría el derrotero intelectual del antropólogo, que se convirtió con ello en un precursor del estudio de la informalidad.
Fue sin embargo la publicación de “Desborde popular y crisis del Estado”, en 1984, lo que lo consagró como un referente en las ciencias sociales. En su estudio, Matos Mar describió como, entre 1940 y 1977, el Perú afrontó un proceso de migración que determinó que la población urbana pasara del 17% al 65% en el país. Un ‘desborde’ que atribuyó al centralismo del Estado en lo social, lo económico y lo político.
La deuda en el campo intelectual que el Perú guarda con él, no obstante, no solo tiene que ver con las enseñanzas derivadas de su propia obra, por vasta que haya sido (llegó a publicar más de 40 libros), sino también con la labor que desempeñó a lo largo de dos décadas como director del Instituto de Estudios Peruanos (IEP).
Como columnista de este Diario, el empeño que dedicó a los artículos que publicaba cada tres semanas hacía olvidar los 93 años que pesaban sobre él. A través de esas colaboraciones, Matos Mar compartió sus inquietudes con respecto a temas que, si bien eran de coyuntura, mostraban la vigencia de su pensamiento e interés por el acontecer nacional. Así, en los últimos meses, pudimos conocer sus opiniones acerca de asuntos tan variados como el fenómeno de El Niño, el tren bioceánico, la persistente proliferación de las ‘barriadas’ e incluso el conflicto en Tía María.
Fue esa permanente atención al futuro del país lo que lo llevó, hace solo una semana, a despedirse de nosotros sin saberlo, pues nos solicitó publicar de manera anticipada la columna que nos había remitido unos días antes y que estaba programada para otra fecha. Y no fue su delicado estado de salud lo que motivó el pedido, sino la urgencia de que sus reflexiones sobre el último mensaje presidencial fueran divulgadas mientras el eco del discurso todavía resonaba en los oídos ciudadanos.
En esa columna Matos Mar escribió: “Quiero reparar en uno de [los aciertos del mensaje]: el reconocimiento […], de que vivimos en un país fragmentado. Creo que este reconocimiento, esquivado históricamente por la clase política, es el punto de partida de cualquier programa de futuro”. Y con esto demostraba la persistencia de una preocupación que, durante siete décadas, aguijoneó su vocación intelectual.
Y fue precisamente por su contribución al análisis de la pluralidad social del país y su multiculturalidad, que el pasado miércoles, solo dos días antes de dejarnos, Matos Mar fue condecorado con la Orden del Sol del Perú.
Como es natural, las premisas desde las que este notable intelectual enfocó sus estudios no necesariamente son compartidas por todos los que hemos consultado su obra. Pero eso no hace falta para apreciar el valor de los instrumentos que nos ha legado y para poder utilizarlos a fin de seguir en la búsqueda de una sociedad y un país cada día menos fragmentado, en el que todos nos reconozcamos como peruanos.