El Comercio, 17 de agosto de 2021
Desde este Diario, hemos venido explicando por qué la designación de Héctor Béjar Rivera como ministro de Relaciones Exteriores es particularmente nefasta prácticamente desde que juró al cargo. Desde su postura complaciente con los regímenes que han destrozado Cuba y Venezuela hasta sus delirantes afirmaciones sobre Sendero Luminoso (“ha sido en gran parte obra de la CIA y de los servicios de inteligencia”, ha llegado a decir), el canciller se ha labrado el triste mérito de ser, después de Guido Bellido, el integrante más cuestionable de un de por sí empañado Consejo de Ministros.
Lo anterior, como es evidente, lo había colocado en una posición sumamente precaria de cara al Congreso, donde ya se había presentado una moción de interpelación en su contra. Ahora, sin embargo, su permanencia es simplemente inaceptable. Y no es para menos.
El domingo que pasó, “Panorama” divulgó una serie de declaraciones vertidas por Béjar antes de aterrizar en Torre Tagle, entre las que destaca una particularmente perturbadora: “[…] lo que hay que exigir es que, tanto el Ejército como la Marina, que es especialista en estas cosas, porque el terrorismo en el Perú lo inició la Marina y eso se puede demostrar históricamente, y han sido entrenados para eso por la CIA”… un disparate para el que, como cualquiera se dará cuenta, no cabe mayor interpretación posible, a pesar de que anoche la Cancillería trató de argumentar precisamente lo contrario en un vergonzoso comunicado que es, en sí mismo, una afrenta para una de las pocas instituciones de nuestro país que hasta hace muy poco gozaba de un bien labrado prestigio. La realidad, sin embargo, es que el Perú tiene como máximo representante de su política exterior a una persona que ha afirmado, sin rubor y sin pruebas, que la etapa más sangrienta de su historia fue ‘iniciada’ por una de sus instituciones tutelares.
El episodio, lógicamente, no pasó desapercibido y ya ha motivado, en menos de 24 horas, el rechazo de la Marina de Guerra, de los ex altos mandos de la institución, de exministros y de prácticamente todas las bancadas del Congreso (a excepción, por supuesto, de la de Perú Libre), así como una moción de censura en su contra. A estas alturas, lo más saludable para el país es que el canciller dé un paso al costado y, si no lo hace y el Gobierno no se lo pide, que la representación nacional lo censure.
Porque, seamos claros, no estamos hablando aquí solo de dichos ‘desafortunados’ o ‘descontextualizados’. Las afirmaciones del canciller son un maltrato sin atenuantes a la memoria de los efectivos de la Marina que lucharon contra la vesania de Sendero Luminoso (en algunos lugares del país, como el oriente, prácticamente en soledad) y especialmente a aquellos que, como el capitán de corbeta Jorge Alzamora Bustamante, el vicealmirante Carlos Ponce Canessa, el contralmirante Gerónimo Cafferata Marazzi o los 13 marinos que integraban el Batallón Ligero de Combate Balico N° 2, fallecieron producto de esta.
También a aquellos que siguen arriesgando sus vidas en la lucha contra el narcoterrorismo (en diciembre pasado, recordemos, el marino Gustavo Manuel Valladares Neyra perdió la vida en una emboscada narcoterrorista en Junín) y, en fin, a toda una institución cuyos miembros no solo contribuyen para que algunos servicios del Estado lleguen a los peruanos de los lugares más alejados, sino que también han estado en la primera línea en la lucha contra el COVID-19, incluso a costa de sus propias vidas (según el Ministerio de Defensa, hasta mayo de este año 647 miembros de la Marina de Guerra habían fallecido a causa del coronavirus).
El ciudadano Béjar puede creer, si gusta, que la tierra es plana (después de todo, obtusos que profesan teorías delirantes y conspiranoicas ha habido y seguirá habiendo en cualquier país donde no impere el pensamiento único), pero al hacerlo como funcionario del Estado termina arrastrando inexorablemente en la vorágine de sus palabras –lo quieran o no en Palacio– al Ejecutivo en pleno. Peor aún cuando, en su condición de canciller, es el principal embajador ante el mundo de un país al que, con sus declaraciones, ha maltratado inaceptablemente.