Editorial
El Comercio, 26 de enero del 2022
A contracorriente de lo que parece pensar el presidente, hay cosas que no se pueden hacer solo porque el ‘pueblo’ las pide.
La entrevista que dio el presidente Pedro Castillo a CNN ha levantado una polvareda que tardará mucho tiempo en disiparse. En buena cuenta, podemos decir que el mandatario ha confirmado lo que muchos especulaban sobre las verdaderas razones del hermetismo que ha exhibido en los últimos seis meses; esto es, que no tiene respuestas plausibles ni para explicar los graves cuestionamientos que acumula su gestión, ni para sentar posición respecto de temas que exigen una definición clara por parte de quien lleva las riendas del país.
Respecto de esto último, llaman poderosamente la atención, por un lado, su indefinición en temas de política exterior sobre los que varios de sus homólogos en la región se han pronunciado con contundencia; y, por el otro, su excusa de que el ‘pueblo’ será el que tome por él algunas decisiones en asuntos particularmente sensibles.
Consultado, por ejemplo, sobre la posibilidad de otorgarle salida al mar a Bolivia y ante la advertencia del entrevistador sobre los riesgos que una cesión como esa entrañaría, el presidente sostuvo: “Para [responder] eso se necesita que el pueblo se manifieste”. Y luego, tras la insistencia del periodista por conocer su opinión personal, replicó: “Dígame, y si el pueblo peruano está de acuerdo, ¿qué pasaría?”.
Hay que decirle al mandatario, sin embargo, que a contracorriente de lo que él parece pensar, hay cosas que no se pueden hacer solo porque el ‘pueblo’ (o los que él considera que componen esta abstracción, que siempre son, coincidentemente, los que apoyan sus designios) se lo pidan. Existen instituciones, leyes y tratados que no pueden ser desacatados solo porque una mayoría se lo exija. ¿Qué hacemos, en este caso, con el artículo de la Constitución que estipula que “el territorio del Estado es inalienable e inviolable” y que este incluye, por supuesto, “el dominio marítimo”? ¿O qué haríamos, llegado el caso, si él considerase, como han hecho tantos otros mandatarios en esta parte del mundo que al inicio de sus administraciones renegaron de dicha posibilidad, que es válido sortear los impedimentos legales para tentar un nuevo mandato porque así se los demanda ‘el pueblo’? Como sabemos los latinoamericanos, de usar al ‘pueblo’ como decisor a usarlo como trampa hay solo un paso.
Igual de preocupantes resultaron sus reiteradas negativas a calificar como ‘dictadura’ a las –en efecto– dictaduras que vienen, esas sí, depredando a los pueblos de Venezuela, Nicaragua y Cuba. Como es evidente, el ardid de que no se pronuncia sobre asuntos de otros países –en los que, además, existen serias denuncias por sistemáticas violaciones a los derechos humanos– es solo una defensa (bastante feble, a decir verdad) para evitar condenar satrapías con las que varios de los líderes de su partido, incluyendo su secretario general, han mostrado una execrable sintonía.
También debemos lamentar las expresiones del presidente para tratar de justificar la presencia, en su primer Consejo de Ministros, de personas vinculadas a la gavilla de asesinos más infames que ha conocido el Perú. Interpelado sobre por qué consintió que personas relacionadas con Sendero Luminoso ingresaran al nivel más alto del Estado Peruano, alegó, sencillamente, que “si ellos […] de repente se equivocaron, estuvieron en un escenario social, yo los he llamado, pero nunca los juzgué”.
Y cómo calificar sus intentos para explicar que no supo previamente que Karelim López había organizado la fiesta infantil de su hija en las mismísimas instalaciones de Palacio de Gobierno si no hasta que escuchó “una bulla” o de que iba al pasaje Sarratea, a donde también acudían ministros, congresistas y funcionarios de entidades públicas, tan solo a tomarse un café.
La entrevista en CNN, en fin, ha ratificado que el presidente Castillo no tiene explicación para los serios desaguisados que envuelven a su gobierno; que en los pocos casos en los que las tiene, estas son claramente deficientes (que viene a ser lo mismo que no tenerlas); y que es incapaz de asumir definiciones en cuestiones claves, al punto de recurrir al gaseoso y manido recurso del ‘pueblo’ como una excusa para tapar sus planes (o su carencia de estos). El más afectado termina siendo, vaya ironía, el pueblo peruano.