Por: Editorial El Comercio
El Comercio, 16 de setiembre de 2019
El Comercio, 16 de setiembre de 2019
¿Cuáles son las grandes historias de éxito comercial, con escala global, que ha tenido el Perú en las últimas décadas? Como exportación de fuerte carga cultural destaca, sin duda, la gastronomía. El buen posicionamiento de la comida peruana en el escenario mundial es un justificado motivo de orgullo nacional. Por su parte, entre las exportaciones de bienes, la minería y la agricultura son los dos casos de éxito más notables. Sobre la primera –y los motivos que hoy aquejan su desarrollo sostenido– nos hemos explayado ya en estas páginas. Sobre la segunda, su agenda pendiente ha sido menos discutida en los últimos meses, pero no por ello es menos importante.
Entre el 2005 y el 2018, los envíos de productos agropecuarios no tradicionales del Perú al exterior se han multiplicado casi por seis. Al año pasado, el valor de estos fue de US$5.861 millones, monto equivalente a la suma de las exportaciones de textiles, pesca no tradicional, metal-mecánica, metalurgia, madera, artesanías, joyería y similares. Ello se tradujo en más empleo. De hecho, mientras en el 2018 el empleo formal total creció en poco más de 4%, en la agroexportación creció en 13,3%.
Han sido básicamente tres los pilares que hicieron posible este despegue. El primero son los tratados de libre comercio que abrieron las puertas a los mercados más exigentes de América, Asia y Europa. De poco sirve tener las mejores paltas o arándanos de la región si estos no pueden llegar a destinos internacionales. Si bien ciertas barreras fitosanitarias aún impiden el comercio de algunos productos clave para el Perú, es quizá en la agroexportación donde la estrategia de integración comercial del Perú con el resto del mundo ha rendido sus mejores frutos.
El segundo pilar es la adecuación de la normativa a la realidad del negocio. En particular, la Ley de Promoción Agraria permitió el desarrollo de inversiones y creación de empleo formal en un sector donde ambos escaseaban. Hoy, próxima a perder vigencia, la ampliación de la norma sigue esperando su turno en el Congreso.
El tercer pilar es la infraestructura. Algunos grandes proyectos de irrigación hicieron posible convertir desiertos en productivos valles. Aquí, sin embargo, hay mucho por mejorar. Según un reciente informe de la Unidad de Análisis Económico de El Comercio, debido a la paralización de la etapa II del proyecto Majes Siguas, en Arequipa, y la etapa III de Chavimochic, en La Libertad, se dejan de exportar US$1.744 millones por año. Destrabar los proyectos incrementaría en aproximadamente 13% los envíos no tradiciones y en 0,77% el PBI del país.
Aunque con complicaciones distintas, en ambos casos la principal traba para la continuidad de los proyectos es una adenda que debe firmar el respectivo gobierno regional. Solo entre estas dos irrigaciones, la frontera agrícola podría expandirse en nada menos que 85 mil hectáreas y generar varios miles de empleos directos e indirectos locales.
Los retos de la infraestructura no terminan ahí. Según un trabajo de la Cooperación Suiza del 2016, el costo logístico de las cadenas de agroexportación representa entre 22% y 49% de todos los costos de producción. Altos costos de transporte y de seguridad, así como sustanciales mermas producidas a lo largo de la cadena logística, restan competitividad al sector.
Cuando se habla de diversificar la economía para que el país sea menos dependiente de industrias extractivas, el énfasis debe estar más en atender agendas pendientes que en erosionar las bases del desarrollo minero, que debe ser más bien complementario a la actividad agrícola. La historia de éxito del sector agroexportador merece especial atención para aprender y replicar en otros sectores lo que hizo posible el ‘boom’, pero también para fortalecer –más temprano que tarde– los pilares en los que se basó inicialmente.