Perú 21, 19 de febrero del 2017
Durante muchos años Perú y Brasil vivieron de espaldas. A la rivalidad entre las mayores colonias de España y Portugal sucedió el imperio independiente de Don Pedro que convivió con nuestra República adolescente, a la que Bolívar legó pendencias interminables en el norte (Ecuador) y en el sur (Bolivia).
Inauguramos entonces una vecindad difícil en todo nuestro entorno territorial. La guerra de 1941-42 con Ecuador terminó con el Protocolo de Río de Janeiro, garantizado por Brasil, Argentina, Chile y EE.UU. Itamaraty actuó como coordinador hasta que sus responsabilidades frente a Lima y Quito concluyeron, recién, en 1998. Así culminó el proceso iniciado con el armisticio (17/2/1995) que puso fin a la Guerra del Cenepa. El presidente Cardozo e Itamaraty fueron decisivos para sellar la paz definitiva.
Pero la responsabilidad que Brasil asumió desde 1942 lo obligaba a un equilibrio diplomático distante con Perú y Ecuador. Cuando se demarcó la frontera del Protocolo de Río –un triunfo verdaderamente histórico– la relación peruano-brasileña se liberó de la hipoteca que la condicionaba.
Se hizo evidente, entonces, el complejo desafío de una Amazonía que nos une y nos separa. El énfasis en la infraestructura del Plan de Acción de IIRSA respondía a la severa desconexión geográfica que separa al Brasil de la mayoría de países sudamericanos. Pero no se pactaron acuerdos comerciales que permitieran rentabilizar proyectos que enfrentaban las restricciones del MERCOSUR al intercambio bilateral. Y sin un fuerte incremento del comercio es imposible justificar grandes inversiones en infraestructura. Ni Brasil ni sus socios en la IIRSA lo plantearon o exigieron. Perú ya había abierto radicalmente su mercado y liberado su comercio exterior, pero no condicionó las obras a tratamientos preferenciales que promovieran el intercambio por las Interoceánicas Sur y Norte. El primer cargamento de ajos y cebollas no pudo pasar la frontera Madre de Dios-Acre.
Lejos de enmendar esta situación, Lula y el PT promovieron y subsidiaron a las constructoras brasileñas en la ejecución de los proyectos IIRSA y la politizaron. Primero a través de la Comunidad Sudamericana de Naciones, convertida después en UNASUR, escudo regional de Chávez, Lula y Kirchner e instrumento de la embestida socialista del ALBA, a lo que sumaron la expansión del MERCOSUR con el ingreso fraudulento de Venezuela. Obras sí, pero apertura comercial cero. De ahí la necesidad y el éxito de la Alianza del Pacífico, condenada de arranque por Brasilia, el kirchnerismo y el ALBA.
Pero la potencialidad de la vecindad peruano-brasileña exige lucidez y mesura para no confundir la diplomacia petista con los intereses nacionales de dos Estados víctimas de la corrupción socialista. Misteriosamente, se han filtrado dos comunicaciones numeradas de ex embajadores brasileños que prueban su intervención para que las constructoras corruptas y corruptoras ganaran las licitaciones de los Ejes Norte y Sur de IIRSA. El texto en portugués (traducido parcialmente) demuestra que la resistencia del MEF (con PPK) a la presión de Toledo para darles la Interoceánica Norte llegó al extremo de solicitar opinión a la Contraloría, que observó el contrato. El primero de los cables informa que el ex presidente llamó al ministro reiterándole “las instrucciones para satisfacer inmediatamente las consultas de la Contraloría”.
La institucionalidad fiscal y judicial de los dos países ha asumido la función que les corresponde en esta coyuntura dolorosa que no debe llevarnos a confundir una diplomacia partidarizada con una profesional, como la que ha retomado las riendas de Itamaraty. En casi dos siglos, el Perú ha superado conflictos en todas sus fronteras y ha convertido la vecindad en motor de dinamismo económico. Pero la corrupción ha manchado lo que comenzó como un esfuerzo positivo para no seguir viviendo de espaldas. Las políticas externas y comerciales de Perú y Brasil deben encontrarse en un esfuerzo genuino que deje atrás este capítulo infausto y abra el camino hacia un futuro que esté a la altura de las dos naciones.