Por: Eduardo Ponce Vivanco
Perú21, 17 de febrero de 2020
Perú21, 17 de febrero de 2020
Hace veinticinco años firmé la Declaración de Paz de Itamaraty (17.2.1996) que puso fin a la guerra del Cenepa y pactó las negociaciones que cerraron la frontera del Protocolo de Río de Janeiro (1942) y el Fallo Días de Aguiar (1945), que Ecuador se resistió a cumplir durante medio siglo. Fue fruto de tres extenuantes semanas en Brasil mientras luchábamos contra fuerzas ecuatorianas fortificadas en tres bases defendidas por artillería desde las alturas de la Cordillera del Cóndor. Solo pudimos expulsarlas con las armas de la diplomacia. El heroísmo de nuestro Ejército no bastó para superar la desventaja estratégica en ese nefasto teatro de operaciones sin abrir otros frentes y provocar la guerra total. La tardía información a la diplomacia obligó a una reacción de emergencia que impidió preparar una campaña mediática internacional tan bien montada como la de Quito.
Además del retiro ecuatoriano, en el artículo 6 de la Declaración se acordó iniciar las negociaciones que culminaron en los Acuerdos de Paz de Brasilia (26.8.1998) y la colocación de hitos en los tramos pendientes de demarcación, confirmando totalmente la posición del Perú y su soberanía en una vasta zona de la Amazonía.
La negociación simultánea con Ecuador y cuatro garantes imparciales coincidió con la campaña para las elecciones de abril de 1995. El presidente competía con un candidato de fuste como el embajador Pérez de Cuéllar, quien exigía el retiro de las tropas invasoras antes de iniciar la negociación que permitió expulsarlas, mientras la propaganda enemiga nos presentaba como un agresor que abusa frente al débil.
LAS BAJAS
“Durante seis meses, más de cien mil hombres fueron movilizados, se desplegaron las escuadras navales, se reposicionaron fuerzas aéreas capaces de bombardear las capitales de cada país, y las dos partes sufrieron más de 300 bajas en los feroces combates del Alto Cénepa”. Presentación del artículo del Coronel Glenn Weidner, Jefe de los observadores militares norteamericanos en la Revista JFQ, primavera 1996, p.52.» (La traducción es mía).
Según las estimaciones de la Asociación Latinoamericana de Derechos Humanos (ALDU), el número de bajas es aproximadamente de 500. No conozco de informaciones oficiales sobre la materia, pero según las versiones de prensa, el número de muertos y heridos peruanos habría sido superior al de ecuatorianos, lo que se explicaría por las condiciones geográficas del teatro de operaciones.
EL DESCENLACE
Cuatro años de complejas negociaciones enterraron la secular disputa provocada por la guerra que Bolívar nos declaró en 1828. La derrota sufrida debilitó nuestra posición en todas las fronteras, envenenando la relación del Perú con sus vecinos y sometiéndola a una permanente inseguridad por el entrecruzamiento de pretensiones territoriales y litigios con cada uno de ellos. Nuestro desarrollo fue asfixiado por 177 años de exhorbitante gasto militar mientras la diplomacia se concentraba en la defensa nacional, asumiendo hipótesis de guerra sobre amenazantes alianzas enemigas.
En 1895, doce años después de la Guerra del Pacífico, el Perú era acosado en todas sus fronteras:
• El objetivo prioritario de obligar a Chile a cumplir el Tratado de Ancón y realizar el plebiscito sobre Tacna y Arica se cruzó con el Convenio peruano-ecuatoriano (1887) para someter su controversia territorial al Arbitraje del Rey de España (Colombia se hizo parte para resguardar sus derechos territoriales). Dos enemigos al norte y uno en el sur atenazaban al frágil Perú de la postguerra.
• La beligerante disputa con Brasil por el territorio de El Acre.
• El arbitraje entre Perú y Bolivia sobre sus pretensiones territoriales en El Acre.
Finalmente, Chile no celebró el plebiscito, Quito se retiró del arbitraje español cuando supo que le sería desfavorable, y los choques con tropas ecuatorianas hicieron que EE.UU., Brasil y Argentina propusieran su mediación para evitar otro conflicto. Nuestra insistencia para que Washington doblegara la resistencia chilena al plebiscito sobre Tacna y Arica, gravó nuestra relación con la primera potencia.
Esta dramática situación internacional se proyectó en tensiones con cada país, la peor de las cuales fue la guerra de Leticia con Colombia (1932-33). La confluencia de estas disputas limitó severamente nuestra libertad de acción hasta que la paz con Ecuador en 1998 levantó las feroces hipotecas territoriales que atrofiaron nuestro desarrollo. Solo así pudimos retirar la reserva al Tratado Interamericano de Soluciones Pacíficas que nos impedía invocarlo en la demanda a Chile para que la Corte Internacional de Justicia delimitara el dominio marítimo entre ambas naciones.
Gracias al saneamiento de nuestras fronteras después de casi dos siglos de República, podemos —y debemos— concentrarnos en la construcción del gran Perú que todos añoramos desde siempre. La consolidación de nuestro territorio es la mayor contribución de Torre Tagle al engrandecimiento de la Nación.