Por: Eduardo Ponce Vivanco
El Comercio, 28 de Abril del 2023
“México y Colombia han congelado la Alianza del Pacífico, la han politizado para defender a un golpista proscrito como Pedro Castillo”.
Cansados de ensayar frustrantes mecanismos regionales de integración, cuatro presidentes echaron una nueva mirada a esa vieja aspiración. Con ímpetu inesperado lanzaron la Alianza del Pacífico (AP) y la impulsaron personalmente. Estimulados por Alan García, sus colegas Sebastián Piñera (Chile), Felipe Calderón (México) y Juan Manuel Santos (Colombia) sumaron a sus empresarios al motor presidencial que propulsó la nave que inició su travesía en el 2011. Con ese cuarteto al timonel tuvieron 17 cumbres presidenciales en 11 años (2011-2022). Un dinamismo que impresionó a la comunidad internacional.
Pero llegó el desastre político: la elección de Pedro Castillo y la arbitraria posición adoptada por Andrés Manuel López Obrador (AMLO) sobre la sucesión constitucional en el Perú, condimentada con la insidia del presidente colombiano Gustavo Petro, paralizaron la Alianza del Pacífico, un mecanismo concebido para instrumentar lo que la diplomacia peruana vislumbró desde que Torre Tagle nos afilió a la APEC (Asia-Pacific Economic Cooperation) en 1998.
El objetivo fue lograr una aproximación del Pacífico latinoamericano a las dinámicas economías del Asia y Oceanía. Su creación entusiasmó a esas regiones y a la comunidad internacional. Más de 60 países solicitaron el estatuto de observadores y algunos, como Singapur y Corea del Sur, se hicieron miembros asociados. Todos valoraron su potencialidad para proyectarse a las lejanas fronteras del Pacífico, convertido en el epicentro económico del futuro. Una suerte de ASEAN (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático) en nuestras costas justificaba un esfuerzo diplomático con expectativas interesantes.
Nadie esperaba, entonces, que esa feliz convergencia política se transformaría en lo contrario por la elección de mandatarios alejados en su visión y forma de encarar la proyección internacional de sus países. Menos aún, que disputaran la presidencia pro témpore de la AP e ignoraran la nitidez del artículo 7 de su tratado constitutivo: “La presidencia pro témpore será ejercida sucesivamente por cada una de las partes, en orden alfabético, por períodos anuales iniciados en enero”, sin añadir nada sobre su traspaso.
Pero a nadie se le ocurrió que el atrabiliario mandatario de uno de sus miembros, AMLO, se arrogaría la facultad de desconocer esa norma clave para el funcionamiento de la organización y vulnerara el principio de no intervención, antigua piedra angular de la política exterior mexicana.
Solo para apoyar el descarado golpe televisado de Pedro Castillo, y exhibiendo un desvergonzado machismo, AMLO calificó de “espurio” al gobierno constitucional de la presidenta Boluarte y decidió secuestrar la presidencia pro témpore de la AP. Prepotentemente, paralizó las cumbres presidenciales que fueron su principal motor. Peor aún, el mandatario colombiano Petro quiso coincidir con AMLO por afinidad política. No se escucharon las pertinentes consultas propuestas por el Perú que solo fueron delicadamente respaldadas por el canciller de Chile.
México y Colombia han congelado la Alianza del Pacífico, la han politizado para defender a un golpista proscrito como Pedro Castillo. Enhorabuena, su Consejo Empresarial (CEAP) está activo y la mantiene viva.
Felizmente los gobiernos pasan y su huella en la vida internacional suele ser efímera.