Seguramente la señora Rivas no promovió su nombramiento cuando el gobierno se tragó el ataque de Maduro al ministro Roncagliolo. Posiblemente presionada, y sin medir su idoneidad, aceptó un cargo muy difícil en una coyuntura internacional delicada. Y lejos de privilegiar el consejo de los cuadros diplomáticos más profesionales de Torre Tagle, ha optado por contratar el asesoramiento político de su predecesor. ¿Sorprendente? No, si se observa la composición del gabinete: los únicos portafolios donde el gobierno no quiere tener especialistas son los del Frente Externo: RR.EE. y Defensa.
Los orígenes. Antes de iniciar su gira sudamericana como presidente electo (junio 2011) el señor Humala pidió que la Cancillería ordenara a sus embajadores no estar presentes en sus entrevistas con los jefes de Estado. En esa «primera fase» de gestos pendulares entre Caracas y Brasilia, el asesor Favre vendió la idea de adoptar a Lula como modelo en vez de Chávez. Las giras a sur y norte cubrieron varios países sudamericanos, pero el encuentro con Evo Morales fue separado y estuvo precedido del viaje preparatorio de un ambientalista cercano a los cocaleros. Siguió la visita a Washington, simultánea a la escandalosa reunión de Alexis Humala con el Canciller de Rusia.
Nadie advirtió entonces que una de las tácticas mejor logradas del modelo Lula/Rousseff consiste en compensar políticas macroeconómicas ortodoxas con una política exterior de izquierda. Así, adoptaron UNASUR como bandera para endulzar a Hugo Chávez y al canciller Maduro (activo gerente de las casas del ALBA).
Seleccionaron a sus primeros embajadores con dos criterios: cercanía personal y afinidad con el programa de la Gran Transformación/Ciudadanos por el Cambio. La convivencia en las embajadas en Corea del Sur y París, o la adhesión al credo Nacionalista fueron factores determinantes. Después vendría el cese doloso de los diplomáticos más experimentados del Servicio con una ley promovida por el ministro Roncagliolo y Ana Jara, presidenta de la Comisión de RR.EE. del Congreso.
A regañadientes mantuvieron al equipo de La Haya, y respetaron la Alianza del Pacífico. Pero dejaron incólume la lealtad ideológica al diseño regional de Brasil, Argentina, Cuba, Venezuela, Ecuador, Bolivia y Uruguay, la mayoría que manda en UNASUR y que quiere instrumentarla como mecanismo de lucha contra «el Imperio y Occidente». Ahora juegan a la fábula del «país puente»: pretenden ser artífices del consenso. Jugar a una diplomacia que tiene terror a definirse, y que tolera insultos ominosos como los de Maduro e intromisiones flagrantes como las de Morales, a quien premiamos con los regalos que insistimos en ofrecerle en Ilo.
El debate sobre la censura de la señora Rivas no puede limitarse a formalismos legalistas que desconozcan lo esencial para la Nación: el manejo apolítico de los temas de Estado característico de una diplomacia profesional -a la que se quiere volver a «fumigar» para que no estorbe. Los políticos tradicionales y los que aspiran a serlo no pueden ignorar el peligro que corremos con una Cancillería donde los diplomáticos no cuentan. No solo es la coyuntura de La Haya. Tenemos dos presidentes vecinos que han asumido el liderazgo del ALBA para compensar la ineptitud de Maduro y disimular la omnipresencia de Cuba. Morales ha repotenciado la campaña de Correa contra la libertad de prensa. Ambos denuncian las perversidades de la apertura, el mercado y el capital. El inmenso potencial del Perú exige una diplomacia independiente, digna, fuerte, alerta y comprometida con el interés nacional. Relaciones Exteriores nace con el Estado. No puede ser un feudo político de los gobiernos.
Publicado en Correo, 20 de octubre de 2013