En recuerdo de Fritz Du Bois, quien deja una herencia viva en los periodistas que lo admiraron.
Los testimonios de los compañeros de trabajo de Fritz Du Bois permiten ver cómo, en solo ocho meses, un director apasionado y brillante dio mayor lumbre a una llama que no se apagará en ese equipo de lujo con el que reinyectó la convicción y el vigor que son el sello histórico del decano de la prensa nacional.
Conocí a Fritz en 1984, cuando me designaron ministro de la embajada en Londres y representante permanente ante los organismos internacionales de productos básicos en esa sede. Era mi lugarteniente, pero con oficina extramuros. Sus copiosos informes especializados mostraban la seriedad de su trabajo y, aunque no era lo usual, yo lo visité primero.
La juventud, la mirada penetrante y la falta del brazo derecho me impactaron. Pero me sorprendí más cuando, antes de encender un cigarrillo, él me ofreció el tabaco y las laminillas de papel para liar pitillos. Prudentemente, preferí mi veneno normal de la época, mientras lo observaba fabricar, con la mano izquierda, el cigarrito que después fumó, orgullosamente, acompañando el café inaugural de nuestro trabajo. Lo hizo con la calma y perfección de quien había logrado vencer al infortunio y tenía la fuerza para demostrar que, en efecto, “pudo ser peor” (frase suya que la periodista Milagros Leiva ha recordado en la semblanza que le dedicó hace varios días en El Comercio).
Años después me enteré con orgullo de que su profesionalismo y dedicación le ganaron altos cargos en los organismos internacionales del café y del azúcar, a pesar de que el Perú no destacaba como productor ni consumidor. El mérito era aún mayor por los fuertes intereses económicos que se jugaban en esos tableros.
De vuelta en Londres como embajador del Perú (1995), lo veía por momentos cada vez que la comprensión y gratitud de Jorge Camet le permitían escaparse para estar con su familia de entonces. Era el incansable jefe del gabinete de asesores del Ministerio de Economía y Finanzas (MEF), posición desde la cual hizo tanto por este Perú en ascenso que debemos defender con su misma fuerza y pasión, seguros de que “en un país sin instituciones sólidas lo único que existe para denunciar y frenar los abusos del poder es la prensa independiente” (El Comercio, editorial “En recuerdo de Fritz”, del 26 de mayo del 2014).
El director Du Bois se ha ido demasiado pronto, pero ha dejado un camino trazado con convicción y una herencia viva en los periodistas que lo admiraron. Estoy seguro de que ellos sabrán orientar a la opinión pública en la desconcertante política de un país que cada día nos sorprende por su potencialidad, pero también por las calamidades gratuitas que producen nuestras falencias cívicas e institucionales.
Quien tenga el honor de tomar la posta del director que no se ha ido deberá estar a la altura de una valla muy alta. Acertar en la selección del sucesor es un desafío digno de El Comercio. Sus lectores podemos confiar en que, una vez más, el diario más antiguo del Perú sabrá elegir a la persona adecuada para dirigirlo en momentos cruciales.