Los trabajadores no somos iguales. Unos hacen mejor sus tareas que otros, algunos tienen más experiencia, otros mayor capacitación. Todo puesto de trabajo requiere un conjunto de capacidades. En algunos casos esa lista es más larga, en otros es más corta. El mercado laboral permanentemente está buscando que las capacidades que las empresas necesitan sean cubiertas por trabajadores que dicen tener esas capacidades. Esa tarea no es fácil y por eso se requiere flexibilidad. Ese descubrimiento es un proceso que toma tiempo. Si se exige que la empresa no pueda probar, la respuesta será no contratar más allá de lo mínimo indispensable.
Pero así como los trabajadores no son todos iguales, tampoco las empresas son todas iguales. Varían en el tamaño, en su calidad de formales o informales, en su antigüedad y en un largo etcétera. La razón de ser de estas empresas es ser rentables, dar una utilidad a cambio del capital puesto en riesgo. Todos esos dueños de empresas podrían haber escogido poner la plata de su capital en una cuenta de ahorros y obtener 5%. La apuesta por hacer empresa es porque crees que puedes ganar mucho más que eso. Algunos lo consiguen y otros no, y eso está bien. Las empresas todos los días tienen que validar su apuesta.
Para que una empresa sea rentable se requiere de trabajadores capaces. La empresa no debería tener problemas en retribuir lo que corresponda a ese trabajador porque siempre está la amenaza de que ese trabajador busque empleo en otra empresa que sí valore su contribución. Es cierto que el mercado laboral funciona de manera imperfecta, pues la información de la calidad del trabajador no está pegada en la frente de cada uno de nosotros. Por ello, es muy valioso quedar bien en cada empleo que uno tiene porque será lo que otros dicen de nosotros la manera en que las demás empresas puedan leer eso que no podemos pegar en nuestras frentes. En tanto nuestra historia laboral sea breve, la lista de quienes pueden hablar bien sobre nosotros será más corta.
La ley de promoción al empleo juvenil permite que esos trabajadores en su primer empleo formal gocen del beneficio de la capacitación. Esto es clave. Hoy existe una gran brecha entre lo que uno aprende en un centro de estudios y lo que uno aprende haciendo. Las empresas informales no importa cuál sea su tamaño, no ofrecen empleos formales. Estas empresas tienen un problema de productividad, típicamente asociado a su tamaño pequeño, que les impide contratar mejor personal y que difícilmente podrán aprovechar la puerta que ofrece la reciente ley del Gobierno para promover la contratación de jóvenes en empleos formales.
La potencia de dicha norma recae en lo que pueden hacer quienes en efecto están en capacidad de ofrecer contratos formales de empleo: las empresas formales. El verdadero impacto potencial de esta ley está en lograr que empresas formales pequeñas, medianas y grandes sean las que ofrezcan esta posibilidad a un grupo de jóvenes que hoy tiene escasas opciones.
Imaginen por un momento que hay dos personas postulando a una posición que ustedes ofrecen. Ambos son muy jóvenes con un único primer trabajo en su currículo. La única diferencia entre los dos es que ese primer trabajo en un caso fue en una empresa formal y en el otro fue en una informal. ¿A quién contratarían? Por eso es tan importante fomentar el acceso a un buen primer trabajo.