Eduardo Morón, Profesor de la Universidad del Pacífico y presidente de Apeseg
El Comercio – Portafolio, 19 de febrero de 2016
Como lector empedernido me gusta revisar las listas internacionales de los mejores libros del año y tratar de leer la mayoría de ellos. Uno de esos que se me había escapado es el del columnista del “Financial Times” John Kay, que se llama “Other People’s Money”, es decir, “La plata de otros”.
Como varios otros libros que han sido publicados luego de la crisis financiera global, este pone en cuestión si las instituciones del sistema financiero, llamadas a administrar el dinero de otros, lo están haciendo bien o no. La respuesta corta es que no, que hay un excesivo desarrollo del sistema financiero más allá de lo que en verdad le sirve al usuario y muchas veces sobredimensionado solo para aumentar las ganancias de quienes administran el negocio.
Una de las críticas fundamentales del autor es que quienes dirigen estas instituciones están preocupados por indicadores como la rentabilidad sobre el patrimonio del año en curso, pero que descuidan cuántos riesgos están tomando para llegar a esas cifras. Esta crítica pone en cuestión quién manda a quién y para quién están trabajando estas instituciones.
Aparentemente, los accionistas deberían estar contentos con una mayor rentabilidad sobre el patrimonio que ellos representan. El problema es que, tal como lo crisis lo mostró, esa rentabilidad que podía ser muy alta se podía desbarrancar con enorme facilidad inclusive provocando la quiebra de la institución. Los directorios se deben a sus juntas de representantes, pero una inadecuada supervisión de los riesgos asumidos e incentivos mal diseñados pueden generar resultados impresionantes de corto plazo, pero resultados finalmente fatales.
Cualquier economía necesita un sistema financiero que nos facilite hacer pagos, la asignación de recursos de inversión, la administración de nuestras finanzas personales y que nos ayude a manejar los riesgos que enfrentamos. Así como cualquier innovación que permita hacer mejor cualquiera de esas cuatro cosas debería ser bien recibida, cualquier innovación que no lo hace debería ser en principio ser vista con ojos atentos por las autoridades regulatorias. El reciente anuncio de la billetera electrónica es un buen ejemplo de una innovación que apunta a facilitar la manera de hacer nuestros pagos. Pero toda sofisticación de los mercados financieros no necesariamente nos mejora el bienestar.
Más allá de la crítica a cómo funcionan hoy los mercados financieros globales, el autor hace interesantes reflexiones a propósito de cuál es la misión de los que manejan nuestra plata y cómo la regulación debe apuntar a que esa misión sea cumplida. Para Kay, la regulación debe imponer y buscar que se cumplan las obligaciones de ser leal y prudente con los clientes de las instituciones financieras.
Uno de los temas que más se debe evitar son los llamados conflictos de interés, situaciones en las que ese administrador de nuestro dinero simplemente no puede cumplir su papel con lealtad y prudencia. Piensen, por ejemplo, en las recientes sugerencias que se escuchan desde el Congreso para que instituciones financieras como cajas o bancos administren fondos de pensiones a pesar de los potenciales conflictos de interés presentes en quienes tienen el mandato de nada menos que administrar nuestra plata, la plata de otros. Lampadia