Por Eduardo Morón
(El Comercio – Portafolio, 26 de Junio de 2015)
Muchos me han preguntado mi opinión sobre el libro escrito por Ganoza y Stiglich (“El Perú está calato”). El título provocativo llama a comprarlo pero la verdad es que me deja con una sensación de inadecuado pesimismo sobre el futuro del país, una mirada errónea sobre por qué hemos crecido en estos últimos 20 años, y un error de apreciación sobre cuál ha sido el verdadero milagro peruano de estos años.
A mi juicio, sus conclusiones son para un economista más bien una mezcla de simplismo e ingenuidad. Para empezar, creo que nadie puede decir que el Perú ha tenido el desempeño de un milagro económico. Comparativamente con nuestra historia ha sido muy bueno pero nada más. Lo realmente milagroso de los últimos 20 años no está en nuestra tasa de crecimiento, sino en que dejamos de ser un país con inflación sin control y construimos unas fortalezas fiscales muy importantes, tantas que hoy el financiamiento no es más un problema. Esto se ha mantenido en los sucesivos gobiernos y eso sí constituye un milagro.
Los autores sugieren que en realidad nuestro crecimiento espectacular de los últimos 15 años no ha dependido en casi nada de lo hecho en casa, sino de unas enormemente favorables condiciones externas que ya no están y no se repetirán. Por lo tanto, los autores sugieren que dejemos de soñar despiertos y aceptemos que el crecimiento, así como la plata, no llega solo y se requiere un gobierno que convoque a hacer un gran conjunto de reformas empezando por esas tan complejas como las institucionales (arreglar el sistema de partidos, el Poder Judicial, entre otras tareas).
Es obvio que el crecimiento de una pequeña economía abierta como el Perú depende del crecimiento de sus socios comerciales. Como lo sostengo en mi libro “Desafíos del Perú”, el desafío para nuestros gobiernos es crecer más que nuestros socios, no hacerlo es un fracaso dado que nuestro ingreso per cápita aún es sustancialmente menor que el de dichos países. Pero ojo que ha habido décadas enteras en las que el Perú ha sido incapaz de hacerlo.
Cuando lo hemos hecho no ha sido gratis, tener a una China sedienta de materias primas, o abundante financiamiento no garantiza que todas las economías crezcan de manera alta y sostenida.
Miremos Argentina, Venezuela o Brasil para que no nos quede duda de que hemos sido exitosos en estos últimos 15 años. ¿Acaso no queda claro para los autores lo complicado que es que se produzca la inversión privada en sectores como el minero? No bastan los precios altos o el financiamiento barato, o sino no tendríamos los problemas para poner en operación proyectos por más de US$30.000 millones que hasta hoy siguen en compás de espera.
El Perú se juega una vez más muchísimo en la siguiente elección presidencial. Podemos escoger un presidente que no haga gran cosa para que la inversión en minería fluya en este entorno de aún altos precios. Podemos escoger un presidente que no entienda la importancia de la inversión privada y pública para que el país crezca y se reduzca de manera permanente la pobreza. O podemos escoger un presidente que a punta de gasto corriente pretenda que el Perú realmente derrotará la pobreza. Lo único que logrará es debilitar la actual fortaleza fiscal. Necesitamos un presidente que esté dispuesto a afrontar los grandes desafíos y no escoger solo las batallas más simples.