Antes de empezar su mandato, el gobierno del presidente Humala ya se había alejado de los inversionistas privados, los planes de la Gran Transformación pusieron en parálisis a todos quienes hasta entonces habían sido entusiastas inversionistas. El remedio más eficaz no fueron los garantes democráticos, sino el trabajo silencioso del ahora ex ministro Castilla, quien logró un cambio de rumbo de 180 grados en los planes de la pareja presidencial respecto a una serie de temas importantes. Esto por supuesto tuvo un costo político, dado que la bancada oficialista original era más radical que la propia pareja presidencial.
Durante los dos primeros años bastó lavarse la cara con la bandera de que no se había seguido el Plan de la Gran Transformación. En efecto, los números de crecimiento de la inversión privada de ese período son más que elocuentes para señalar que el empresariado estaba otra vez animado y sobretodo invirtiendo.
Pero esta lavada de cara duró poco y el tatuaje antiinversión privada reapareció con varias acciones. Acciones que los miembros del Ejecutivo se esforzaron en dejar en claro que lo que había adentro era un acuerdo en el que estaban en desacuerdo entre ellos.
Obviamente, este desacuerdo fue más visible cuando el músculo de la comisión ad-hoc puesta a destrabar los proyectos de inversión no fue suficiente en muchos casos. Por más esfuerzos que hicieron el MEF y Pro Inversión en dar la sensación de que la inversión privada seguía fluyendo, lo cierto es que una buena parte de la misma requiere que el bulldozer del Estado o se haga a un lado o empuje para derribar las barreras burocráticas que el propio Estado ha dejado crecer.
El ministro Segura se equivoca si cree que con una nueva lavada de cara hecha con planes de estímulo basta para despertar los ánimos de inversión. Nadie duda de que el ministro Segura protegerá la disciplina fiscal. Ese riesgo está bajo control mientras él esté al mando. El riesgo es otro, es creer que haciendo poco se puede reactivar el verdadero motor del crecimiento que es la inversión privada.
Lo que está en duda ahora es si en efecto el gobierno puede hacer lo que dice que quiere hacer. Un pedazo del impulso fiscal diseñado por el ex ministro Castilla sigue empantanado en el Congreso, unos ministros no quieren ayudar a destrabar la inversión, otros prefieren no pelearse con nadie (más) y otros siguen creyendo que la desaceleración se arregla sola.
Para ellos, el problema vino de afuera y la solución también vendrá de afuera. Es cierto que la gravísima desaceleración del 2008-2009 se resolvió por el fuerte impulso de precios de nuestras exportaciones que rebotaron, siguiendo el masivo impulso fiscal que China puso en marcha a fines del 2008.
Hoy China está menos convencida de que debe repetir la receta, pues va en contra con sus propios problemas de rebalanceo de su modelo de crecimiento. Europa es una lágrima y nadie cree en una rápida recuperación de EE.UU.
El problema que tenemos en frente no es una lavada de cara, sino borrarnos el tatuaje antiinversión privada. Para ello hace falta, como lo enfatizó mi colega Cynthia Sanborn, audacia y consensos. Los cambios menores no serán suficientes para destrabar el proceso de la inversión privada. No basta con un plan de estímulo, apuntemos a un cambio mayor.