Edward Málaga
X, 12 de marzo del 2025
Entiendo este artículo como una suerte de réplica a mi réplica y no sé cuántas réplicas más pretende Jugo de Caigua dedicarle a este tema, pero independientemente de si volveré o no a publicar en dicho espacio, haré al menos por aquí las aclaraciones pertinentes.
Primero que nada, démosle contexto a esto: en Noviembre del año pasado, presenté con mis colegas de bancada un proyecto de ley para promover la innovación productiva, la competitividad y la seguridad alimentaria a través del uso seguro de OVM en el Perú. ¿Qué significa esto? Que especialmente hoy, que nuestros agricultores se van quedando sin herramientas para enfrentar plagas, sequías, inundaciones y el cambio climático en general, negarles el acceso a cultivos genéticamente modificados es condenarlos a la pobreza y la desaparición de su modo de vida. Por eso nuestro proyecto incluye derogar la moratoria a los transgénicos.
Esto activó a los conocidos grupos de activistas y políticos -generalmente de izquierda- que propagan el miedo a los transgénicos, paradójicamente de la misma manera en la que actúan los nefastos antivacunas de la ultraderecha, a través de campañas de desinformación, pseudociencia, y el inconfundible “cherry-picking”, es decir, la presentación de evidencia de manera parcial y sesgada. Además, como es su costumbre, ideologizan un debate que debería ser técnico con narrativas de dialéctica y lucha de clases, para posar como defensores del campesinado, la biodiversidad y de las culturas ancestrales. Nada nuevo en ello, de eso viven.
Por ejemplo, mi colega Sigrid Bazán, aprovechó la oportunidad para hacer público su rechazo al proyecto. Lejos de explicar cómo supuestamente es que los transgénicos son peligrosos, buscó generar rechazo a nuestra iniciativa presentándola como una iniciativa del ministro de agricultura y de la comisión agraria, sugiriendo la mano negra del fujimorismo. Yo respondí aclarando que la iniciativa es original, mía y de mis colegas, fundamenté por qué los transgénicos son una alternativa segura a los problemas del agro, y la invité a debatir en público, propuesta que ella no aceptó. Incapaz de refutar argumentos técnicos, replicó que este no es un debate científico, tildó al proyecto de mercantilista, una vez más sin explicar por qué, y pretendió darnos una lección mal urdida de lo que ella entendería por un proyecto de ley científico. La oferta a debatir sigue en pie.
Entretanto, el ministro de agricultura Ángel Manero, en una reunión oficial de trabajo expresó su apoyo decidido al proyecto y ofreció cooperar con el debate técnico e informativo sobre la materia. Esto es coherente con una propuesta relacionada que él había incluido meses atrás en el pedido de facultades que hizo el Ejecutivo al Congreso. Sin embargo, preguntado en una actividad en Huancavelica, y luego interpelado por la colega Bazán, retrocedió hacia una postura más tibia, apoyando el proyecto en lo técnico pero poniendo en duda su viabilidad política. Lástima que un ministro de Estado se deje presionar o intimidar y no defienda lo que considera justo y necesario para su sector. En fin, nada nuevo en el gabinete Boluarte.
Mientras, la comisión agraria, efectivamente presidida por el colega Castillo, de Fuerza Popular, ha mostrado interés en dictaminar el proyecto pero no queda claro si le dará la prioridad debida, o si querrá comprarse el pleito a nivel político. Ojalá que así sea, pues bastaría con mencionar que costosas iniciativas de rescate financiero y asistencia económica, como la que se ha priorizado ya para los agricultores de Piura afectados por el estrés hídrico, no serían necesarias si los agricultores contaran con cultivos genéticamente modificados. Demás está decir que los subsidios, créditos y condonaciones de deudas serían financiados con dinero de los contribuyentes. Lo que nos cuesta no permitir el uso de la ciencia en la agricultura.
Ahora sí, vamos a lo de Jugo de Caigua. Anna Zuchetti publicó una columna en defensa de la moratoria a los cultivos transgénicos, utilizando entre otros, el consabido argumento de la pérdida de biodiversidad, y usó al maíz peruano como ejemplo de lo que podríamos perder si dejamos ingresar a los maléficos transgénicos. A ello, publiqué una réplica en el mismo medio, refutando mitos que propagan los anti-transgénicos, como supuestos peligros para la salud, el ambiente, la biodiversidad y el bienestar de los agricultores y consumidores. Expuse argumentos científicos y expliqué que de hecho, la moratoria no sirve porque hace rato que el Perú ya no es un país libre de transgénicos, porque los consumimos a diario, y porque se cultivan clandestinamente en varias regiones del Perú. Y vaya que no se ha acabado el mundo.
En nueva respuesta a mi réplica, Zuchetti busca acopiar nuevos argumentos para rebatirme. Empieza aclarando que no se opone a las modificaciones genéticas salvo en el contexto agrícola, y desvía la discusión hacia un asunto de percepción. Es decir, debemos dejar esta decisión no en manos de lo que diga la ciencia, si no de lo que percibe un consumidor desinformado, manipulado, y sin el conocimiento suficiente para comprender un tema altamente técnico. Acto seguido, argumenta que si bien existen numerosos estudios que respaldan el uso de transgénicos, también hay otros que concluyen lo contrario y por lo tanto generan discusión. Esto es normal y frecuente en la ciencia, estudios con conclusiones divergentes que deben ser resueltas con nuevos estudios hasta llegar a un consenso. En el caso de los estudios que citan los opositores a los transgénicos, se encuentran notables ejemplos de investigaciones que tuvieron que ser retractadas por fallos metodológicos, y otras que indican un fuerte sesgo de muestreo y experimentación. Una vez analizada la información de la manera más crítica, es justamente el consenso científico mayoritario el que habla a favor de los transgénicos.
Por ejemplo, sobre el impacto de los transgénicos sobre el uso de glifosato y la aparición de malezas resistentes a este herbicida, es importante decir que el uso de glifosato precede a los cultivos transgénicos, que se extiende a muchos cultivos no-transgénicos y que es su utilización excesiva e irracional (no los transgénicos per se) la que genera perjuicios ambientales. Además, un análisis detallado de las investigaciones al respecto, revela que la mayoría de estas se han enfocado en cultivos transgénicos, que los estudios en cultivos no transgénicos están sumamente subrepresentados en la literatura, y que hay suficiente evidencia de que la toxicidad y la resistencia al glifosato son similares en contextos transgénicos y no transgénicos (especialmente en Europa), debido a que el uso de herbicidas en ambos casos es comparable (Perry et al 2016, Young et al 2018, Kniss et al 2018, Duke et al 2017 y otros). Por último, aún en el supuesto negado de que el glifosato fuese un argumento en contra de los transgénicos, habría que decir que la resistencia al glifosato es sólo una de muchas características que la ingeniería genética puede modificar transgénicos: muchos otros cultivos transgénicos no son resistentes al glifosato pero sí a sequías, inundaciones y plagas. Es decir, la tecnología va mucho más allá y el análisis costo-beneficio es altamente positivo.
Del mismo modo, Zuchetti, sin aportar nuevos argumentos, insiste en los supuestos probables efectos nocivos para la salud y la biodiversidad (no los hay) y añade que los transgénicos no tienen un efecto benéfico real sobre la productividad y el rendimiento de los agricultores. Esto es simplemente falso. Hay que ver los numerosos casos de éxito en el mundo y proyectarse al futuro, un futuro en el cual nuestros agricultores puedan garantizar su subsistencia y la seguridad alimentaria del país, modificar a voluntad sus cultivos para resistir las plagas y adversidades climáticas sin perder sus características nativas. La alternativa es perecer.