Pero eso no es novedad. La verdad es que venimos perdiendo desde hace ya algunos años. Hubo un tiempo en el que algunos optimistas pensamos que –en la medida en que el nuevo Congreso de mayoría fujimorista y el nuevo equipo del presidente Pedro Pablo Kuczynski compartían una visión económica con diferentes matices de lo mismo– se abría una buena ventana de oportunidad para pasar reformas pendientes. Con el beneficio de la perspectiva que dan los años –recelos, vendettas, vacancias, cuestiones de confianza y pedidos de referéndum ya bajo el puente–, hoy esa mirada de conciliación y trabajo conjunto parece en extremo ingenua.
Decimos, pues, que ya perdimos todos; no solo porque han sido tres años en los que ningún cambio sustancial en política pública se ha podido materializar –lo que significa menos servicios públicos de calidad, menos empleos y menos ingresos para las familias–, sino porque luego del pedido de adelanto de elecciones por parte del presidente Martín Vizcarra no hay mucho que se pueda hacer para evitar el enfriamiento económico de los próximos meses. La forma en que se desarrollará la novela política es tremendamente incierta: ¿el Congreso aceptará el recorte de su mandato?, ¿impulsará una vacancia presidencial?, ¿cuándo y con qué reglas se harían las próximas elecciones?, ¿el presidente renunciaría si el Congreso no acepta su propuesta?, ¿qué rol le queda a la vicepresidenta Mercedes Araoz? Ni el presidente Vizcarra, ni el primer ministro Salvador del Solar ni nadie puede haber calculado cómo se moverán todas estas piezas: el mandatario ha saltado a una piscina sin verificar si tenía agua, y nos ha llevado a todos consigo.
Y si bien no sabemos cómo va a terminar todo el embrollo, sí sabemos que la incertidumbre va a durar unos buenos meses, por lo menos. En esa línea, y en consonancia con los pobres resultados económicos observados a la fecha, desde el Instituto Peruano de Economía (IPE) hemos reducido nuestra proyección de crecimiento del PBI para el 2019 de 3,2% a 2,5%, y de 4% a 3,2% para el 2020.
El mensaje presidencial tuvo, sin duda, propuestas interesantes. El Plan de Competitividad y Productividad y el Plan Nacional de Infraestructura presentados, aunque por ahora son solo más papeles impresos, empiezan a trazar una ruta de mediano plazo. De la iniciativa para expandir el SIS a todos los no asegurados del Perú –y no solo a los pobres– o de la nueva ley mype se puede debatir mucho. Y sin embargo, ¿cuánto espacio político realmente habrá en el Perú de los próximos meses para echar esto a andar? Las reformas más ambiciosas, las que realmente valen la pena, requieren estabilidad y diálogo entre el Ejecutivo y el Legislativo. Quizá más importante aun, ¿cuánta capacidad tendrá el Gobierno para negociar y pactar en temas que requieran predictibilidad y voceros legitimados? No es lo mismo la visita a Tía María de un presidente al que le quedan dos años en el puesto que la de un presidente al que le quedan, quizá, pocos meses. Un gobierno que abdica de su mandato no es un gobierno que pueda liderar cambios.
Así, y mientras los fuegos artificiales de la política y las luchas de poder vacías capturan la atención pública, grupos organizados opuestos a la actual Constitución y a sus cimientos económicos aprovechan para pescar a río revuelto. Es cierto que el entrampamiento político estaba generando una parálisis generalizada, pero no es tan claro que el remedio vaya a ser mejor que la enfermedad, sobre todo si en esto se sigue la agenda de grupos que desde hace décadas intentan usar las herramientas democráticas de la Constitución para subvertirla. Esta es una gran crisis institucional, no cabe duda, pero no la convirtamos en una catástrofe.
Por: Diego Macera, Gerente General del Instituto Peruano de Economía (IPE)
El Comercio, 1 de agosto de 2019