Por: Diego Macera, Gerente General del Instituto Peruano de Economía (IPE)
El Comercio, 29 de agosto de 2019
El Comercio, 29 de agosto de 2019
Los economistas sabemos que, para los no especialistas y no afanosos, la economía es aburrida, complicada y tediosa. Los porcentajes, ratios y tasas se cruzan en una ensalada de datos y proyecciones que, por si fuera poco, suelen estar equivocadas.
Pero, aunque la sección de Economía sea la que siempre nos saltamos al momento de ojear el diario, la verdad es que el desinterés no blinda del impacto de estos números abstractos al día a día de la persona promedio. Diferencias que parecen chicas, cuando sumadas, pueden cambiar la foto por completo y, cuando se habla de producción, eso es especialmente claro. De la obsesión de los economistas con el PBI ya se ha debatido mucho (y varias críticas son absolutamente razonables), pero lamentablemente ese numerito –sobre todo cuando expresado en per cápita– es lo que mejor refleja la posibilidad de progresos en la calidad de vida de la gente a largo plazo.
Dicho eso, ¿qué significa para la persona promedio, entonces, crecer este año a aproximadamente 2,5%, como se estima desde distintos frentes? Un buen punto de referencia puede ser lo que sucedió en el 2017, cuando ese fue precisamente el ritmo de expansión. Como se sabe, ese fue el único año desde que se lleva registro (2004) en el que la pobreza aumentó. Más de 300.000 peruanos regresaron a vivir por debajo de la línea de pobreza. Si tuviésemos un resultado similar en pobreza para este año, no sería muy sorprendente.
¿Y el empleo? Según cifras que publica el BCRP con información de Sunat, el empleo formal en empresas creció 2,5% en el 2017 y 4,4% en el 2018, año en el que el PBI se expandió 4%. Las cifras de crecimiento de producto y empleo, como se ve, son sorprendentemente similares en este breve período. Pero esos números por sí solos quizá dicen poco. Con más contexto: para cubrir por lo menos a las personas jóvenes que cada año ingresan al mercado laboral a buscar trabajo, el empleo formal privado debería expandirse a tasas más cercanas al 8%. No estamos ni cerca. Y eso sin siquiera intentar incluir a los que ya son informales hoy, es decir, la gran mayoría.
Ver esto en el corto plazo, sin embargo, puede ser un error. Hay muchas variables externas que entran en juego mes a mes y año a año. ¿Qué significan entonces estos numeritos abstractos de PBI cuando los acumulamos en décadas? Haciendo un ejercicio simple con algunos supuestos demográficos, si el Perú crece por los siguientes 30 años a un ritmo de 5%, alcanzaría una riqueza similar a la que tienen hoy los habitantes de Corea del Sur o España –es la magia del crecimiento compuesto–. Al 4%, se parecería más a las Rusia, Grecia o Hungría del 2019. Al 3% por año, hacia el 2050 veríamos un país como lo que es hoy, en términos de PBI per cápita, Argentina, México o Irán. En tanto que al 2% –cifra a la cual nos estamos aproximando– el peruano promedio de aquí a tres décadas sería tan rico como lo son hoy los colombianos, dominicanos o costarricenses. Es imposible sobrestimar la importancia del crecimiento sostenido en el largo plazo.
Es cierto que, en nuestro barrio latinoamericano, 2,5% de expansión para el 2019 no es malo. Pero también es cierto que otros países más ricos que nosotros, como Colombia y Chile, crecerán más rápido, y que el mundo, en promedio, también nos sacará ventaja.
Es tentador atribuir el bajo crecimiento al frente externo en deterioro –y algo de razón hay ahí–, pero la verdad es que la mayor responsabilidad nos la llevamos internamente. En el Perú en algún momento empezamos a pensar que teníamos algo así como un derecho divino a crecer a más del 4% por año. Sin promover inversiones en serio, sin desarrollar infraestructura, sin capacitar personas, sin reforma laboral, sin nada que sea demasiado difícil o políticamente costoso, así no más. Pero en economía, el derecho divino no existe.