Diego Macera
El Comercio, 11 de febrero del 2025
“Entre el 2004 y el 2014, el ingreso principal de los trabajadores que laboran más de 20 horas a la semana creció un acumulado de 35%”.
Roberto nació a mediados de los años 80 en una ciudad mediana del país. No llegó a completar sus estudios técnicos, pero trabajó duro como comerciante desde que tenía 20 años. Rápidamente sintió que sus esfuerzos valían la pena. Conforme fue ganando experiencia en el negocio, sus ingresos crecieron cada año, hasta que la pandemia cortó una buena racha. Aún así, pudo construir algo de patrimonio en ese buen período.
Mario, su primo menor por una década y de la misma ciudad al norte del país, no tuvo tanta suerte. Él entró a trabajar en reparación y mantenimiento de vehículos en el 2014, y siente que su progreso ha sido demasiado lento. Sus amigos dicen lo mismo sobre sus trayectorias. De hecho, está pensando emigrar con su pareja a EE. UU., o quizá algo más cercano, apenas tengan oportunidad. ¿Qué explica estas diferencias entre primos?
En términos reales, entre el 2004 y el 2014, el ingreso principal de los trabajadores que laboran más de 20 horas a la semana creció un acumulado de 35%. Entre las personas jóvenes, como Roberto, el crecimiento fue de 56%. En regiones como Apurímac, Cusco, Huánuco y San Martín, la mejora de los ingresos por trabajo fue de más de 60% en esa década. Esos fueron los años de mejoría constante para Roberto que le permitieron obtener e ir pagando una hipoteca para un departamento familiar. Su negocio caminaba bien.
La historia es muy diferente para el período posterior al 2014. El empleo formal en planilla siguió creciendo y de hecho subió en cerca de un millón de personas entre el 2014 y el 2024 –aquí el agro fue una de las estrellas–. Pero los ingresos reales no. Aún sacando al agro de la ecuación (cuyos ingresos promedio son menores), el desempeño es pobre. Tomando en cuenta el aumento de los precios, los ingresos reales promedio según la Enaho cayeron 7,2% entre el 2014 y el 2023. Estos se habían mantenido relativamente estables hasta la pandemia, pero el golpe del durísimo cierre de la economía en el 2020 fue devastador para miles de negocios. Su capital acumulado se esfumó. A ello le siguió la enorme incertidumbre del gobierno de Pedro Castillo, las protestas posteriores a su salida, y el clima anómalo del 2023. Con la excepción de algunos meses al inicio del 2021, las expectativas empresariales sobre la economía se mantuvieron en terreno negativo desde la pandemia hasta inicios del año pasado, un pesimismo de duración récord.
En esas circunstancias, ¿quién podría culpar a Mario de estar pensando en echar raíces fuera? A cuenta de su experiencia en el sector, ha ido ganando más ingresos con el tiempo, pero apenas se mantiene a la par de la inflación. Ni pensar en imitar a Roberto y sacar una hipoteca. Su pareja y él viven aún con sus padres. Muchas de las familias de sus amigos pueden comprar hoy menos bienes y servicios de lo que podían comprar en el 2019.
La historia de los primos, apenas separados por 10 años, no es extraña para miles de familias hoy. La razón principal del cambio abrupto de velocidad es la desaceleración de la inversión privada, y no hay sustituto de largo plazo para ella. Ese es el punto esencial si de verdad se quiere mejorar la calidad de vida, y no hay indicador económico más cercano para la población que lo que realmente puede comprar con sus ingresos mensuales. Mario y las siguientes generaciones deben sentir que su futuro sigue aquí, pero para eso se requiere que el 2026 sea un punto de quiebre hacia mayor inversión y estabilidad en el Perú.