Por: Delia Muñoz, ex Ministra de Justicia
Contrapoder, abril del 2022
En los últimos meses vivimos en medio de críticas hacia el presidente de la República, la gran mayoría debidamente fundadas por el desconocimiento e incumplimiento de sus funciones, la cual tuvo su máxima expresión cuando admitió a nivel internacional “no estar preparado para gobernar”, quizás ello le impide analizar uno de los principales problemas en el país: la informalidad cuando no la ilegalidad, que campea en nuestro país.
Eso me lleva a pensar que nosotros los peruanos, desde el derecho hace siglos, décadas y años vivimos en una creación constante de normas, ante cada hecho o situación respondemos con la ampliación del sistema normativo, y con ello estamos c o n t e n t o s, esperando siempre que la nueva ley cambie la realidad, pero no nos preocupamos de conocer que significa la conducta como expresión social y, por ende, como puede regularse, canalizarse, o mejor aun prevenirla.
Podría poner ejemplos de regulaciones de todo nivel que convierten al ejercicio de toda actividad empresarial, profesional en una complicada carrera de obstáculos y muestran algunas veces empeño en la supervivencia del peruano, cuando no el crecimiento de los vivos, pero siempre nos vamos a topar con la informalidad, desde la presidencia hasta la del operario mas simple, vivir al margen de la norma o ignorarla es la regla y, como no hay sanciones: felices todos.
Una sociedad democrática sobre la comprensión de su realidad va a reconocer la necesidad de las acciones que debe adoptar entre ellas la dación de normas y sobre todo va a generar el compromiso de respeto social hacia la misma. Pero en la peruanísima sociedad peruana vamos a encontrar: falta de certeza en las decisiones de gobierno y regulación, ausencia de reglas para los cambios u mucha ineficiencia en permitir el incumplimiento de las normas, todo ello aunado a un sistema judicial lento con poca capacidad de adjudicar en forma eficaz la justicia que se reclama. En síntesis, padecemos del hábito de la obediencia o la ausencia de conciencia de tener obligaciones.
Hemos optado por permanecer en una sociedad primitiva, donde el calificar la política de sucia y no apta para personas dignas, no tenemos empacho al elegir para que nos gobierne a quien no tiene capacidad ni experiencia, ya fuere presidente o congresista y, ahora encima nos quejamos, cuando hemos votado mayoritariamente por la reforma constitucional y elegido a quienes nos representan.
Es la hora de asumir nuestras responsabilidades, de aceptar que la ideología es necesaria pero no excluyente, es momento de participar en la vida de nuestra nación, es momento de recuperar los valores que deben reunir quienes participan en la conducción del país, si no paramos y reflexionamos para tomar decisiones, más allá de la coyuntura, solo estaríamos contribuyendo a preservar esta sociedad primitiva, que solo nos va a llevar a ser un estado fallido o un reino de la ilegalidad.