David Tuesta
Presidente del Consejo Privado de Competitividad
Gestión, 17 de enero de 2025
No podemos aferrarnos a la idea de que las instituciones deben preceder siempre al crecimiento, cuando hay casos donde este último ha impulsado reformas institucionales.
Existe un amplio consenso de que la calidad de las instituciones es clave para el crecimiento y la prosperidad. Si uno compara las economías de altos ingresos con un país como el Perú, la principal diferencia radica en el funcionamiento de sus instituciones. En los primeros, los agentes económicos confían en que sus derechos de propiedad serán respetados, las leyes se aplican de manera uniforme, y los incentivos privados y sociales están alineados. Las políticas públicas se diseñan sin comprometer la estabilidad macroeconómica, los sistemas de seguridad social protegen a los ciudadanos frente a riesgos, y el marco político garantiza representatividad y libertades civiles.
Un aspecto crítico en el debate institucional es el dilema del “huevo y la gallina”: ¿son las buenas instituciones las que generan crecimiento económico, o es el crecimiento económico el que fomenta el desarrollo institucional? La evidencia histórica ofrece ejemplos para ambas perspectivas. Sin embargo, este debate nos recuerda que debemos evitar visiones reduccionistas. Así, es un error suponer que importar el marco legislativo de un país desarrollado traerá automáticamente crecimiento. Tampoco podemos aferrarnos a la idea de que las instituciones deben preceder siempre al crecimiento, cuando hay casos donde este último ha impulsado reformas institucionales. Además, ignorar las particularidades locales, como la informalidad en economías como la peruana, significa subestimar cómo esta puede ser una respuesta a instituciones ineficientes y burocráticas que no funcionan.
Es fundamental entender que las instituciones no surgen perfectas, pero pueden evolucionar con el tiempo. Los milagros económicos del sudeste asiático demuestran que muchas economías comenzaron con instituciones imperfectas y desarrollaron mecanismos para aprender de sus errores. En esa línea, la historia peruana ofrece lecciones valiosas. Desde la mal diseñada reforma agraria y la nacionalización de empresas bajo el régimen de Velasco, pasando por la recuperación de la democracia y el manejo de crisis hiperinflacionarias en los años 80, hasta la implementación de un sólido capítulo económico en la Constitución de los años 90, el Perú ha tenido avances y retrocesos. En la última década los progresos económicos han sido contrarrestados por serios deterioros políticos y sociales. Este recorrido quizá sugiere que el Perú está en un proceso de aprendizaje institucional, estando hoy en un bache crítico que requiere acciones concretas para superarlo.
Por tanto, construir instituciones de calidad no es un proceso lineal ni sencillo. Es necesario abandonar las recetas universales y adoptar soluciones adaptadas a las necesidades concretas del país. El camino hacia una institucionalidad funcional pasa por entender las dolencias locales, actuar sobre ellas y mantener un enfoque pragmático y realista. Sin el necesario cable a tierra; es decir, sin conexión con las realidades sociales, económicas y políticas del país, cualquier esfuerzo por mejorar las instituciones está destinado al fracaso.