Por: David Tuesta
Gestión, 30 de Noviembre del 2022
La Odisea, pieza de la literatura griega compuesta por homero hace casi 3,000 años, es sin duda una obra monumental. Como se sabe, esta narra el viaje de 10 años que le toma a Ulises regresar a su hogar, Ítaca, luego haber pasado previamente 10 años luchando en la Guerra de Troya. La novela puede ser interpretada como la vida misma, donde los seres humanos tomamos decisiones que nos llevan a dejar el bienestar -en este caso representado por su reino en Ítaca para enredarse en la locura de una guerra. Ambas decisiones, y sobre todo el retorno a la paz del hogar, no son fáciles, viéndonos enfrentados a innumerables problemas que toca superar: pelear con un cíclope, resistir a los cantos de sirenas, enfrentarse a Escila y Caribdis, olvidarse de los problemas bajo los brazos de Calipso o soportar la furia eterna de Poseidón. De manera similar, el Perú se encuentra enfrentando su propia Odisea en tiempos de Castillo. ¿Podremos superarla y enrumbarnos finalmente a un camino hacia el bienestar?
Si hacemos una revisión al desempeño de nuestra economía durante las tres últimas décadas, observaremos una trayectoria dinámica del PBI per cápita durante las dos primeras, creciendo alrededor del 5.0% en promedio, para luego, en los últimos diez años, entrar en un proceso de desaceleración que viene llevándonos a niveles desesperantes. Desde entonces, se puede hacer el recuento de una seguidilla de gobiernos que progresivamente fueron dejando de lado las necesarias reformas orientadas a mejorar nuestra productividad para decantarse en políticas en el marco de la inclusividad, que implicaban mayores transferencias y responsabilidades. Pero, como se sabe, cuando uno solo reparte recursos y funciones, pero “no se hace la tarea” de incrementar la productividad, se termina generando un desequilibrio socioeconómico que hoy venimos pagando.
Detrás de lo anterior se descubre una pérdida de competitividad enorme, hecho que nos deja en desventaja dentro del desafiante contexto global. Esto se ve diáfanamente reflejado en el Índice de Complejidad Económica desarrollado por el Laboratorio del Crecimiento de la Universidad de Harvard, el cual deja constancia de que en la última década el Perú se ha ido convirtiendo en una economía que produce bienes menos sofisticados respecto al resto del mundo, lo que se traduce en menor bienestar para el país. Y hoy, en un contexto en el que las principales economías del mundo tocarán períodos de recesión, y donde el clima de confianza se derrite, nos vamos quedando con un preocupante pesimismo para lo que se nos viene el 2023. Nuestro propio “viaje de Ulises” nos enfrentará a un escenario global menos benigno. Para el 2023 se espera que el crecimiento mundial se reduzca a cerca del 2.0%, con aportes ralos de EE.UU. y Europa que prácticamente tendrán un crecimiento de 0.0%. China, que está pasando su propio calvario desde hace algún tiempo, arrinconada por sus problemas inmobiliarios, financieros y sus políticas de confinamiento Cero-covid, pronostica un crecimiento que con dificultad llegaría a 4.0%, lejos de los altísimos niveles a los que nos tenía acostumbrados. En este escenario global encogido, el apetito por riesgo hacia los países emergentes queda muy reducido, más aún cuando los diferenciales de tasas de interés no nos serán favorables, lo que extendería el escenario de volatilidad financiera y depreciación de la moneda local, más allá del escenario apreciativo engañoso de fin de año. Esperemos un tipo de cambio más hacia el rango de los 4.10 para fines del 2023.
Lo anterior se fusionará con un contexto en el que la confianza empresarial y de consumo está por los suelos, pero el 2023traetambiénalgunoseventos que darán cierto soporte a la economía. Por un lado, está la entrada de quellaveco, que debería traeralmenosunaportedel0.5% al crecimiento, y que cuenta con efecto de encadenamiento importante a través de su demanda por productos de otros sectores como los de manufactura, transporte y servicios en general. otro pilar de apoyo para el año que se viene provendrá del lado de la enorme liquidez que se ha inyectado al país de casi 15% del PBI por los retiros de AFP y CTS, donde solo a finales de este año se han puesto a disposición cerca de 5% del PBI. Estimo que el uso parcial de estos recursos puede traer un aporte de cerca de 0.5 puntos porcentuales sobre el crecimiento de este año.
Como vemos, el crecimiento del 2023 se verá caracterizado por una inversión privada que estará reprimida. No hay, lamentablemente, forma de que esta pueda crecer bajo las condiciones actuales definidas por un gobierno que insiste en dar señales tan erróneas, contrarias al desarrollo de mercados y desarmando lo poco de meritocracia que con tanto esfuerzo se había desarrollado en algunas instituciones del Estado. La inversión pública con alta probabilidad terminará con una fuerte caída, lo cual resta apoyo para intentar mirar más allá del cortoplacismo.
Lo que terminará “salvando” que el próximo año sea un completo desastre será el desempeño del sector exportador, apoyado por el impulso adicional del incremento de la producción minera, y el consumo privado insuflado por la tremenda liquidez liberada por los ahorros previsionales, aunque, claro, a costa de empobrecer el futuro. Con todo esto, el Perú podría esperar un crecimiento cercano al 2.0%. Así, se terminará aplanando aún más el crecimiento y las posibilidades de sacar a los peruanos de la pobreza y del empleo precario. La odisea para el Perú, lamentablemente, continuará.