David Tuesta, Exministro de Economía y Presidente del Consejo Privado de Competitividad.
Gestión, 9 de julio del 2024
“Se requieren políticas que permitan a las personas mayores seguir siendo productivas, saludables y económicamente activas”, afirma el exministro de Economía, David Tuesta.
La esperanza de vida a nivel mundial ha crecido de manera significativa en las últimas décadas. Según datos del Banco Mundial, la esperanza de vida global pasó de 52 años en 1960 a 73 años hoy. En Perú, este dato, también ha aumentado considerablemente, de 54 años en 1960 a 77 años, cifra muy cercana a los 80 años en países OCDE. Este incremento refleja mejoras en la salud pública, avances médicos y mejores condiciones de vida. Sin embargo, este logro plantea la necesidad de adaptar nuestras políticas y sistemas económicos para enfrentar los desafíos de una población envejecida.
Solemos subrayar con preocupación que en un par de décadas se acaba el bono demográfico en el Perú. Eso es verdad y debe llamarnos a actuar. Es probable que si no hacemos nada, el país crecerá menos en el largo plazo sólo como consecuencia de que la población más joven –y más productiva– se reduzca respecto a la población más envejecida –y supuestamente menos productiva–. Pero esto no tendría por qué ser así. Si empezamos a trabajar las políticas correctas desde ahora, enfocados en mejorar la productividad a lo largo del ciclo de vida, podemos hablar de un “bono de longevidad” tan igual de poderoso que el demográfico.
El reto está en cambiar la visión pesimista de una sociedad envejecida y que vivirá más años cargando con altas tasas de morbilidad, a una visión de longevidad saludable y de mayor productividad, que es donde debemos enfocar las políticas. La longevidad sin salud puede ser una carga tanto para los individuos como para el país. En Perú, las enfermedades no transmisibles como la diabetes, enfermedades cardiovasculares, deterioro óseo y el cáncer están aumentando, lo que implica mayores costos en el sistema de salud. Según el INEI, los gastos en salud para las personas mayores se han incrementado en un 40% en la última década. Este aumento en la morbilidad genera una carga financiera significativa para las familias y el sistema de salud. Otro desafío, por supuesto, es el sistema de pensiones. Con una población que vive más tiempo, su sostenibilidad se ve amenazada.
La población mayor puede ser una fuente importante de conocimiento, experiencia y productividad. Andrew Scott, uno de los mayores expertos en longevidad, ha venido desarrollando evidencia que nos invita a re-imaginar la longevidad no como una carga, sino como una oportunidad para crear este bono de longevidad. Para ello, se requieren políticas que permitan a las personas mayores seguir siendo productivas, saludables y económicamente activas.
El concepto del bono de longevidad se basa en la idea de que, al mejorar la salud y la productividad de las poblaciones envejecidas, se puede generar un valor económico significativo, de tal forma incluso de igualar las productividades de las poblaciones jóvenes con los de mayor edad; hecho que pudiera traducirse en mayores tasas de empleo para las personas mayores, incremento en la participación laboral y una mejor utilización de la experiencia y habilidades de los mayores. Estudios del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) muestran que si se aumenta la tasa de empleo de las personas de 55 a 64 años en 5%, el PBI de los países podría incrementarse en 1.5%.
Para generar este bono de longevidad que apuntale nuestro crecimiento a largo plazo, es fundamental promover la salud preventiva y promoción de estilos de vida saludables donde las intervenciones en educación, acceso a chequeos médicos regulares, mejor alimentación que disminuya el sobrepeso e incentivos para actividades físicas, pueden reducir la carga de morbilidad y los costos asociados a la salud. También serán importantes los cambios regulatorios que permitan un mercado laboral que facilita la flexibilidad de transición etaria, fomentando el empleo en edad avanzada, lo cual incluye la capacitación continua, incentivos y la adecuación de las condiciones laborales.
Otro vector clave es el de la educación y formación continua que empiece desde edades jóvenes y que se extienda a las personas mayores con un claro mapa de transición, de tal manera que puedan adaptarse a las nuevas demandas del mercado laboral y seguir siendo productivas. La educación a lo largo de la vida es esencial para que las personas mayores puedan contribuir al crecimiento económico de manera significativa. Finalmente, no se puede dejar de lado la necesidad de desarrollar infraestructuras más inclusivas, buscando que las ciudades sean más accesibles y amigables para las poblaciones productivas de diferentes edades. Una infraestructura adecuada permite que una población que será mayoritariamente “senior” se mantenga produciendo activamente.
Dentro del caos actual de nuestra política, es necesario buscar desde ya el espacio para implementar políticas que promuevan una longevidad saludable y productiva que no solo mejorará la calidad de vida de los mayores, sino que también dinamizará la economía y contribuirá al desarrollo sostenible del país. Es importante visualizar este reto hoy, cuando aun podemos actuar. Postergarlo, sólo tendrá impactos negativos que serán imposibles de revertirse.