Daiana Fernández Molero
Diario «La Nación» de Argentina, GDA
El Comercio, 12 de marzo del 2025
El orden global forjado tras la Segunda Guerra Mundial se desmorona. Las reglas comerciales y las alianzas políticas que lo sostuvieron durante décadas están en crisis, sin señales de recuperación. El mundo vuelve a ser un lugar donde la fuerza bruta, económica o militar se imponen como herramienta legítima de poder. La creciente multipolaridad no solo ha intensificado la competencia entre distintos modelos de gobernanza, sino que también ha debilitado los mecanismos de cooperación global, dificultando respuestas conjuntas ante crisis compartidas.
Esta disrupción se reflejó en la reciente Conferencia de Seguridad de Múnich (MSC), que, más que un foro sobre defensa, es un termómetro geopolítico. Allí, el debate expuso el cambio de época que vive Occidente. Mientras en el 2024 la discusión giró en torno a la defensa del orden basado en reglas ante amenazas externas, en la MSC 2025 se expuso una fractura más profunda: la inminente ruptura de Occidente consigo mismo. Además, la relación transatlántica vivió el momento más tenso de los últimos años tras el discurso del vicepresidente de los Estados Unidos, J. D. Vance, que no solo cuestionó la libertad de expresión y la democracia en los gobiernos europeos, sino que también puso en duda la continuidad del rol de Estados Unidos como aliado preferencial de Europa y garante del orden global.
Los hechos ocurridos tras la Conferencia de Múnich confirmaron la fractura del mundo que conocíamos. La reunión entre Trump y Zelensky y la retirada del apoyo de Estados Unidos a Ucrania dejaron en claro su repliegue global, forzando a Europa a reaccionar. La convocatoria del Reino Unido a Zelensky para ofrecerle apoyo es señal de que Europa está comenzando a reorganizarse para retomar el liderazgo.
Más allá de los interrogantes que plantea esta nueva configuración internacional, hay una certeza: Europa enfrenta la mayor crisis de su historia reciente. La dependencia de Washington en materia de seguridad y la pérdida de competitividad frente a otras potencias han convertido a Europa en un actor cada vez más vulnerable. La falta de autonomía estratégica y la incapacidad de generar sus propios recursos marcan el mayor desafío del continente en décadas.
Para que Europa no repita los errores del pasado, el discurso de Zelensky en Múnich advirtió que Rusia no se detendrá en Ucrania y que Europa no puede ser un espectador en las negociaciones de paz entre Putin y Trump. Para evitar que Ucrania sea moneda de cambio en un pacto entre potencias, instó a que el continente asegure su lugar en la mesa y garantice un acuerdo que proteja su seguridad a largo plazo.
Queda claro que Europa ha tomado conciencia de la necesidad urgente de actuar de manera cohesionada y proactiva en un mundo cada vez más multipolar. La gran incógnita es si, más allá de la voluntad política, será capaz de apuntalar las condiciones económicas para que eso sea viable.
–Glosado y editado–