SALDO DEL PLEBISCITO
César Delgado-Guembes
Para Lampadia
La propuesta de retorno a la bicameralidad, efectivamente, era un tema por dónde se pudo empezar. Un buen punto de partida. No era la mejor alternativa la que elaboró la Comisión de Reforma Política. Pero que el Poder Ejecutivo la recogiera entre los proyectos que ha presentado en el Congreso el 10 de abril de 2019 pudo ser un buen e interesante comienzo. Otra pudo ser la situación con la que pudimos empezar la reforma política. La indecisión, la incertidumbre, la ambigüedad y la vergüenza nos privan de una oportunidad más de conducir el país con viril firmeza.
La inclusión del proyecto de bicameralidad por la que optó con su propuesta la Comisión de Alto Nivel de Reforma Política hizo bien al enfrentar el desafío. El reto fue asumido con idoneidad, con lucidez y con rectitud técnica. Con pesar constatamos que el poder político arrugó la ocasión archivando el pretexto para iniciar un debate políticamente necesario. Necesario porque habría permitido la revisión del grave problema de las ineficiencias, no tanto del régimen representativo en general, sino de manera específica de las ineficiencias funcionales y de gestión del Congreso de la República.
En el otro lado de la orilla, principalmente la de la población mediática o comunicacionalmente interdictada, se generó una corriente pretendidamente monopólica o por lo menos dominante, que cuestiona la conveniencia y oportunidad de insistir tozudamente en el debate sobre el retorno a la bicameralidad histórica del Perú. Esta vez el veto consistía en el carácter pretendidamente sacramental de un referéndum que selló el saldo con votos contrarios a la recuperación del bicameralismo.
De este modo el Perú sigue atrapado en las dimensiones oníricas de la pesadilla unicameral. Hasta las posiciones recalcitrantemente contrarias a la bicameralidad que sostuvieron quienes abogaron en su contra fueron, al fin, depuestas en el Congreso. El reactivo populismo presidencial con el que se encubría las deficiencias de gestión pudo más. La complaciente disposición a ganar el favor y la aprobación de la mirada popular pudo más que el temple para conducir certera y asertivamente el Estado a mejores puertos, en las proximidades de nuestro bicentenario republicano.
Quede claro y sin lugar a ambigüedad alguna que el referéndum del 9 de diciembre del 2018 fue, propiamente, un acto plebiscitario motivado por la pretensión presidencial de enganchar con la población, para darle alguna solidez terrenal a su incierto, inseguro y azaroso mandato. La inferioridad emocional con la que nació su mandato exigía gestos confrontacionales para agrandar, con impostada osadía, la figura del ocasional mandatario. Parte de ese escenario fue el arrinconamiento que disfrutó la cazuela cuando percibió el control que el oportuno domador ejerció en el circo de nuestra política casera.
El Presidente de la República usó indebidamente y con despropósito, el referéndum, para favorecer artificialmente su táctica de crecimiento político. Lo usó para doblegar la amenaza parlamentaria en el ejercicio parvulario de su presidencia. Su gesto fue, como se esperaba, acogido por la irreflexión colectiva. Las masas, con aplausos de admiración, le dieron la razón. Ganó el round.
Pero la política con mayúsculas es más que el par de golpes con que se atonta al rival. Lo que pidió el presidente de la República fue que el pueblo le diera su confianza avalándolo en su cuestionamiento respecto de la autonomía del Congreso con que modificó el proyecto de ley sobre la bicameralidad que él sometió a su consideración, deliberación y voluntad. Hoy el gobierno evade el tema. Una vez más, pudo más el miedo que la responsabilidad. Sobre la base de este argumento, el siguiente paso debiera ser que el Congreso dé una lección de casta política y haga suyo el desafío no asumido por el gobierno y que, en consecuencia, procese el proyecto de bicameralidad incluyendo en él lo que mayor valor le dé a la eficiencia funcional de un régimen parlamentario que no termina de encontrarse organizacionalmente consigo mismo en materia de desempeño y de gestión pública.
La oportunidad que tuvo el gobierno quedó ladina, tibia o medrosamente de lado, y el Poder Ejecutivo, no sabremos si por insuficiencias de visión o de liderazgo, por temor reverencial o por pusilanimidad, con su falta de compromiso con las exigencias de la disciplina estatal, deja sin aprovechar, esta vez sin folklórico desfile ni yunza en las calles de por medio, la ocasión histórica de enfrentar los síntomas y déficits del mal desempeño del parlamento en cuestiones de rendimiento organizacional. El reality de 28 de Julio se reemplazó por el monacal y austero gesto del oficio que el mensajero ingresó obedientemente en la Casa de Misericordia en que recibe documentos y memoriales la Mesa de Partes del Congreso de la República. Lampadia