César Campos Rodríguez
Expreso, 1 de diciembre del 2024
La ausencia de la presidenta Dina Boluarte y sus ministros en la 62.ª Conferencia Anual de Ejecutivos (CADE) no debe interpretarse como un desaire ni como una pataleta eventual por el resultado de la encuesta de Ipsos que revela el pobrísimo respaldo de los empresarios hacia su ejercicio gubernamental. Hay raíces más profundas donde escarbar y poner en evidencia el universo de sus limitaciones intelectuales, que la mantienen atrapada en los principios primarios del socialismo y con ojeriza hacia la economía abierta, sostenible y competitiva.
Desde que, casualmente, la banda presidencial aterrizó en su pecho en diciembre de 2022, Boluarte ha enfrentado una severa crisis de identidad respecto al modelo que debía abrazar. Pasó todo el primer trimestre de 2023 ensayando galimatías y mensajes que alentaran la sonrisa de tirios y troyanos. Incluso tuvo palabras de conmiseración para el golpista Pedro Castillo. Solo al ver que sus antiguos camaradas de ruta la llamaban “asesina” y armaban estrategias para derribarla, optó por proveerse de una base social entre quienes invierten capital y talento para enmendar los disparates populistas de su antecesor.
Así, la vimos más cerca de escenarios y gremios empresariales con cuyos titulares generó legítimas empatías. Sus discursos, elaborados para la ocasión, mostraban a una Dina segura en su apuesta por el libre mercado. Atrás quedaba la Dina que, a inicios de 2022 y en su calidad de vicepresidenta, señaló: “La derecha no nos deja gobernar en paz” y despotricó contra la minería peruana en el Foro Económico Mundial de Davos, acusándola de contaminar el medio ambiente.
Sin embargo, un reciente episodio pone en duda sobremanera el pragmatismo de la señora Boluarte: los cambios en el directorio de Petroperú, que han vuelto a poner en guardia a todo el empresariado.
El periodista Ricardo Uceda, en su columna dominical del diario El Comercio del 24 de noviembre, ha narrado un episodio que deberíamos calificar de espeluznante: “Tres veces recibió Boluarte —dice Uceda— al directorio de Petroperú presidido por Oliver Stark, cuando las autoridades del MEF y del Minem, que integran la Junta de Accionistas, ya estaban de acuerdo con el plan de salvataje. En las reuniones, ella asentía con la cabeza, como si estuviera conforme con todo. Mas no era así. Había algunos ministros en estas reuniones. Uno de ellos, el primer ministro Gustavo Adrianzén, le dijo a Stark en la antesala: ‘Queremos ayudarlos, pero no hablen mucho de inversión privada a la presidenta. La ponen nerviosa’”.
“Boluarte tenía resistencia ideológica —añade Uceda— hacia la fórmula planteada: capitalizar deudas y otorgar más crédito público a Petroperú mientras una compañía externa la transformaba integralmente para que pagara sus obligaciones y viviera por sí sola”. Como se sabe, Stark dimitió al ver que Dina no quería apoyarlo.
Nerviosismo y resistencia ideológica ante todo lo que huela a inversión privada. Yo digo que es ignorancia, elementalidad, desubicación, oídos prestos a un entorno populista encabezado por el hoy prófugo hermano Nicanor. Igual, no debe dejar de preocuparnos esta falta de convicción sobre los verdaderos motores del desarrollo nacional.