Por: César Campos R.
Expreso, 28 de Julio del 2019
Expreso, 28 de Julio del 2019
“Lo único cierto es que el Perú ha perdido la brújula en la atracción de inversiones, el crecimiento sostenido, la satisfacción de los consumidores y otros aspectos estructurales e institucionales urgidos de cambios”.
Mucho se habla de cómo el presidente Martín Vizcarra puede hoy – en su mensaje al país con motivo del aniversario patrio – continuar buscando el fácil aplauso ciudadano mediante reflexiones dantescas sobre las inconductas atribuidas al Congreso (no respetar la “esencia” de sus iniciativas de reformas políticas o ampliarle los espacios de impunidad al fiscal Pedro Gonzalo Chávarry) y anunciando medidas drásticas, definitivas, mortales contra ese desprestigiádisimo poder del Estado.
El plan máximo sería, en efecto, señalar que la confianza exigida para las reformas no ha sido respetada y procederá constitucionalmente a disolver el Parlamento. El plan mínimo sería incorporarse oportunistamente al clamor de “que se vayan todos” y proclamar la petición del adelanto de elecciones generales.
Tratándose de Vizcarra y el séquito de chamanes que le diseñan la pauta de su accionar político, todo es posible. Sin embargo, estamos en medio de un ícono de orgullo nacional como lo es la condición de anfitriones de los Juegos Panamericanos cuyo espectacular inicio conmovió a tirios y troyanos. El presidente – cual Sofía Mulanovich – está montado encima de la ola cohesionante que genera este evento y ayer lo aprovechó a la enésima potencia imponiendo las medallas de oro a nuestros compatriotas maratonistas Gladys Tejeda y Christian Pacheco.
No creo, por tanto, que él mismo se agüe la fiesta a través de matonerías y menos si ahora tiene al frente del Legislativo a Pedro Olaechea, un ciudadano inteligente y dialogante con quien las buenas migas podrían ayudarlo a salir de esa falsa irreversibilidad de los topetazos y la confrontación.
Y lo ayudaría también a migrar de lo que hoy Vizcarra debe reconocer sin medias tintas en su mensaje: los notables fracasos de su gestión, especialmente en el campo económico.
Sobran los diagnósticos e indicadores que rinden cuentas de esta monumental derrota la cual solo unos pocos ayayeros disfrazan – como en los últimos dos años del gobierno de Ollanta Humala – con “factores estacionales” o “influencias externas”. Lo único cierto es que el Perú ha perdido la brújula en la atracción de inversiones, el crecimiento sostenido, la satisfacción de los consumidores y otros aspectos estructurales e institucionales urgidos de cambios.
El optimismo nacional de cara al bicentenario se está relativizando pese a que estamos obligados a levantarlo. La inseguridad ciudadana nos transporta a las películas del viejo oeste norteamericano y cada quien establece su protocolo de autodefensa. El trabajo público en materia de previsión de conflictos se está reduciendo al esquema de ceder ante los chantajes, alimentando la colectivización de esta metodología.
A Vizcarra solo le queda un año para enmendar rumbos. Los siguientes 365 días serán los del conteo inverso que aguardará despedirlo con pena o algo de gloria.