Por: César Campos R.
Expreso, 8 de marzo de 2020
Expreso, 8 de marzo de 2020
Sin duda alguna, la historia será justa con el ingeniero Martín Vizcarra al colocarlo en el pedestal de los mandatarios menos duchos en el arte de gobernar pero habilísimo en el de conectar con las masas mediante gestos políticos de gran impacto, aunque estos traduzcan mensajes nocivos para la siempre débil mecánica institucional del país.
Me he ocupado ampliamente del tema en esta columna haciendo el recuento de la ubicuidad vizcarrista para ponerse donde brilla el sol del populismo, incluso desde que ejerció como ministro de Transportes y Comunicaciones. Un cartel colocado ante sus narices por un grupo de invasores en Huaycoloro, por ejemplo, en febrero del 2017 bastó para que les diera pública razón durante el control de los efectos del llamado Niño Costero. Desde ahí su historia de acciones y promesas efectistas solo se ha incrementado (“La demagogia es su divisa”, EXPRESO 3 de febrero de 2019).
Sus dos últimas actuaciones circenses han sido concurrir a la ceremonia de entrega de credenciales por parte del Jurado Naciones de Elecciones a los nuevos congresistas y este viernes 6 comparecer inopinadamente en cadena nacional de televisión para anunciar el primer caso de coronavirus en el Perú con una ministra de Salud a su costado en calidad de adorno y sin posibilidad de conjurar de inmediato el pánico desatado por el mensaje presidencial que –vaya paradoja– el mismo Vizcarra pintaba como tranquilizador.
Sin embargo, el problema no radica en estas formas grotescas de dibujarse como el pato de todos los banquetes y la novia de todas las bodas. Formas que la mayoría distraída siempre aplaude (como lo hacía con Alberto Fujimori cuando, desde un helicóptero, este “escogía” las zonas donde quería levantar un colegio en el cono sur de Lima) y que las waripoleras reivindican para demoler a los críticos. Lo angustiante está en que apenas cuida publicitariamente al jefe del Estado y no vuelca fortalezas a su propio gobierno.
Nadie mejor lo ha dicho que el economista Roberto Abusada en una reciente columna de opinión: “Todo parece haber girado alrededor de la preservación de la popularidad del mandatario que, lejos de ser un capital político para efectuar los cambios urgentes que requiere la nación, ha sido una simple joya de exhibición presidencial. Mientras se acrecienta la incertidumbre y se asienta la parálisis económica” (“En busca del gobierno perdido”, El Comercio 5 de marzo).
Esto se refleja en la brecha de aprobación que todas las últimas encuestas registran entre Vizcarra y el Poder Ejecutivo: el primero por encima del 50 % y el segundo por debajo del 35 %. La propaganda presidencial sí que paga bien.