Por: César Campos R.
Expreso, 10 de noviembre de 2019
Me impresiona el interés y las conclusiones que suscitó la III edición de Perú Mining Business –evento realizado el viernes 8 por el grupo DIGAMMA para empresarios, profesionales y proveedores del sector minero– en torno al escenario del próximo año que permita definir estrategias comerciales y proyectar acciones en general respecto a esta industria extractiva. Contrario a la inercia pesimista que podría sugerir el bloqueo al inicio de operaciones de Tía María o a la continuidad de Las Bambas y Quellaveco; o la caída por tercera vez de la producción cuprífera nacional en el 2019 y de las inversiones en exploración, la potencialidad del rubro sigue robusta y, por supuesto, dependerá de variables objetivas (decisiones públicas, fin de la guerra comercial EE.UU.-China) y subjetivas (incertidumbre de los mercados por las turbulencias sociales en la región) apostar por el mantenimiento de esa fortaleza. Nada de lo dicho en este encuentro fue autocomplaciente ni limitado al interés del actor inversionista. Esa es la caricatura que los antimineros suelen hacer de esta clase de reuniones. Tanto Elmer Cuba de Macroconsult como Diego Macera del IPE, por ejemplo, fueron rigurosos en el examen del panorama mundial e internacional donde los aspectos del relacionamiento empresa-comunidades y el valor social de los encadenamientos productivos tienen presencia neurálgica.
Dijo bien Cuba al señalar que “no esperemos resultados distintos si seguimos haciendo lo mismo”. Que el bajo ritmo del crecimiento nos alejaría de la convergencia hacia el desarrollo y tendría efectos marginales sobre variables sociales (reducción de la pobreza y el crecimiento del salario real). Y Macera –cuya rotunda demostración del elevado aporte de la minería a las arcas fiscales no ha merecido hasta la fecha una sola respuesta consistente de los antis– dio nuevas cifras sobre el valor agregado que genera la actividad y el gran rango de servicios ofrecido por los proveedores, determinando en 6.25 el promedio de empleos surgidos por cada ejercicio laboral en la minería. Y si existe una nueva forma de entender el “adelanto social” que pueden suscitar las empresas mineras, ahí está el notable ejemplo de Bear Creek Mining a cargo del proyecto Corani en Puno. Esta no ha esperado entrar en operaciones (se encuentra en la etapa de obras tempranas) ni promete emplear a los comuneros de su área de influencia. Ha optado por darles apoyo logístico a sus propios emprendimientos como la normalización de la crianza y la esquila de alpaca, fabricar circuitos eléctricos de las hiladoras o filtros para el arsénico, entre otros. Es notable el optimismo que se detecta en el sector minero. Ojalá el país pueda contagiarse.