Por: César Campos Rodríguez
Expreso, 4 de Junio del 2023
Es moneda común entre sociólogos y politólogos académicos aludir a “las élites” económicas, políticas y sociales como actores de un proceso donde su voz y participación –el calificativo lo sugiere– tienen un lugar de privilegio e imperio.
“Las élites” han sido enunciadas en dos recientes artículos y una entrevista del diario El Comercio por profesionales de esta rama. Mauricio Zavaleta dice: “…el fin de la presidencia de (Pedro) Castillo fue asumido por un sector importante de las élites –políticas, mediáticas y empresariales– como el retorno a la normalidad cuando, en términos reales, ha involucrado una forma alternativa de deterioro institucional” (EC 28/05, “Así muere la democracia”).
Por su parte, Martín Tanaka escribe: “Más adelante, con las revelaciones del caso Lava Jato y los CNM audios en el 2016 y 2017, que afectaron al conjunto de la élite política nacional y regional, tanto a la izquierda como a la derecha, así como a actores del sistema judicial… la animadversión frente al activismo judicial se hizo bastante extendida” (EC 30/05, “El anticaviarismo como categoría política”). Y Alberto Vergara declara: “Es un buen momento para decirle a las élites económicas del Perú que se están equivocando al estar felices con el gobierno de (Dina) Boluarte” (EC, 28/05).
Conozco y guardo respeto a Zavaleta y Tanaka (aunque éste último deja ver en tiempos recientes sesgos irreconocibles frente a su antigua ponderación y objetividad). Vergara me parece el Pablo Macera de nuestra época, admirado por una frase feliz y preelaborada con la cual el desaparecido historiador (hombre de exabruptos y extravagancias, según lo describe Mario Vargas Llosa en su autobiografía “El pez en el agua”) solía encandilar durante los años 80 del siglo pasado a la prensa izquierdista. Cabe recordar que cuando Macera abrazó al fujimorismo y calzó una curul parlamentaria en su nombre, esa misma prensa pasó a ignorarlo y hasta vilipendiarlo.
En todo caso, cuestiono el absolutismo con que se pretende dar por sentada qué es “élite” y quiénes la conforman, en el espejo de viejas estratificaciones. Me sorprende de manera ingrata cómo se soslaya el enorme peso específico del cual hoy gozan los poderes fácticos amparados en la informalidad y por ciertas ONG globalistas.
¿O no es verdad que las agendas informales y populistas doblegaron en el Congreso al aparentemente invencible sistema financiero, perforando el sistema previsional privado? ¿Dónde estuvo la influencia económica, política y mediática de los grandes bancos para impedir –como lo podrían haber logrado décadas atrás– contra sus intereses en las AFP?
¿Y acaso no son las ONG caviares las “élites” que han gobernado las instancias públicas de la educación, salud, justicia, seguridad interna, sistema electoral, cultura y demás desde los inicios del presente siglo? ¿No hemos visto a sus capitostes ser reverenciados por la mayoría de los medios de comunicación y convertida su palabra en sentencia bíblica?
El concepto “élite” debe ser revisado y actualizado en una sociedad cuyos ejes de poder se atomizaron y hoy reposan sobre dinámicas tremendamente impredecibles.